“Caballería espiritual o Caballería decorativa”, de Fernando García-Mercadal

El general Fernando García-Mercadal, diputado de la Junta de Gobierno, es el autor de un artículo publicado en un volumen de estudios en recuerdo de Don Faustino Menéndez Pidal, tan añorado por todos los cultivadores de la Nobiliaria y disciplinas afines, que trata de dar respuesta a un difícil interrogante: ¿queda algo del espíritu caballeresco medieval en las órdenes y corporaciones nobiliarias de nuestros días? Lo reproducimos en esta página para que pueda llegar al máximo de interesados.

El doctor García-Mercadal hace un recorrido por los diferentes itinerarios, a veces espacial y temporalmente muy alejados entre sí, sobre los que han transitado históricamente las órdenes de caballería, tratando de poner en valor un trasfondo común en todas ellas: la búsqueda de un ideal de perfección interior de todos sus miembros y la puesta de la acción y de la fuerza de las armas al servicio de lo Absoluto.
Si bien la figura del caballero tiene un molde universal, y como arquetipo y patrón de conducta no está ligado a ninguna institución en exclusiva ni a ningún espacio geográfico concreto, en opinión del autor la Caballería medieval cristiana contiene una mitología completa en sí misma, con una disciplina, valores y orden social propios, sin necesidad de valerse de las caballerías islámica y samurái u otras.
La segunda parte del trabajo trata de encontrar una explicación al sentido que hoy en día tienen las órdenes y corporaciones nobiliarias contemporáneas como depositarias de la tradición caballeresca, denunciando algunas de las tentaciones en las que con frecuencia sucumben, como son el ceremonialismo y la autorreferencialidad.


¿CABALLERÍA ESPIRITUAL O CABALLERÍA DECORATIVA? 
LA MISIÓN DE LAS ÓRDENES MILITARES EN LA EUROPA CONTEMPORÁNEA 
Fernando García-Mercadal y García-Loygorri 
Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía.
I.INTRODUCCIÓN 
    Las órdenes de caballería serán cosa del pasado pero siguen ejerciendo una indudable fascinación en nuestros días. Una percepción comprensible, pues constituyen un capítulo excepcional en la historia del alma europea. La vigencia de su atractivo se extiende a todas ellas. A las extinguidas, como la Orden del Temple, cuyos hinchas son legión, hasta el punto de haber impulsado un revival sin precedentes en otras instituciones históricas –el neotemplarismo– cuyos aspectos jocosos y pintorescos no deben ocultarnos un aspecto muy alentador, como es la pervivencia en una sociedad tan descreída como la nuestra del hechizo de los ideales caballerescos y de sus elementos guerreros, cristianos y nobiliarios. También a las dos grandes órdenes ecuestres tuteladas por la Santa Sede, la Soberana y Militar Orden de Malta y la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, espejo en el que miran muchas otras corporaciones caballerescas, que han visto últimamente como su aureolado prestigio suscita la tirria y el resquemor entre algunos influyentes eclesiásticos romanos. A las órdenes familiares y dinásticas, como la Sacra y Militar Orden Constantiniana de San Jorge, y a las cuatro órdenes españolas de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Y, en general, a cuantas fraternidades de caballeros se han esforzado por mantener vivo en esta sociedad de nuestros pesares, con su agitación, su suciedad y su ruido insoportables, el rescoldo llameante de unos valores morales superiores e imperecederos. Me propongo en esta ponencia, ingenuo de mí, defender la tesis de las órdenes de caballería contemporáneas como vehículos de la restauración tradicional, es decir como organizaciones subversivas, –sí, sí, han leído bien, subversivas–, dispuestas a formular, mediante un radicalismo aristocrático, una enmienda a la totalidad al discurso de valores dominante. Las órdenes de caballería como grandes símbolos del lengendarium europeo –que diría el maestro Tolkien, al describir su mitología sobre la Tierra Media– como comunidades contraculturales depositarias de las tradiciones de los linajes, de la religiosidad popular y de un sentido rebelde de la existencia, como escudos contra el dominio del mercado, como espacios íntimos y vibrantes donde se reza, se entretejen lazos de hermandad, se estudia, se investiga y se lee, se atesoran los recuerdos familiares y la memoria de nuestros ancestros, y se mira a las estrellas…Las órdenes de Caballería serían, como la aldea gala de los álbumes de Astérix, el último reducto de resistencia frente al invasor, representado en este caso por los ataques coordinados, y muy bien diseñados, por la izquierda cultural y la plutocracia internacional. Para ello dividiré mi intervención en dos partes. En la primera haré un recorrido, forzosamente breve, por los diferentes itinerarios, a veces espacial y temporalmente muy alejados entre sí, sobre los que han transitado históricamente las órdenes de caballería, tratando de poner en valor un trasfondo común en todas ellas: la búsqueda de un ideal de perfección interior de todos sus miembros y la puesta de la acción y de la fuerza de las armas al servicio de lo Absoluto. Así, la Caballería cristiana, la futuwwa islámica y el Bushido, surgidos en culturas aparentemente muy dispares, como son la europea, la islámica y la japonesa, adoptaron símbolos, significados, vías de autorrealización y esclarecimiento personal y estilos de vida en muchos casos sorprendentemente análogos. Porque la Caballería no es objeto de una sola época. Es una forma de contemplar el mundo asumida durante siglos por hombres que tuvieron la tenacidad y el coraje de actuar en la batalla de la vida utilizando como herramientas el arrojo, la honradez, la aventura y la justicia. Un camino que es enseñanza para la forja del espíritu en la sabiduría y el vivir auténticos. Un proyecto moral y un código de comportamiento, una manera de entender el paso por este valle de lágrimas, de conquistar una patria interior inexpugnable, con los pies bien anclados en el suelo pero la vista puesta en la Eternidad.No por casualidad las palabras caballero y caballerosidad siguen asociándose a la cortesía en el trato y a una forma virtuosa de conducirse y relacionarse con los demás1. Lo cierto es que este mismo ideal unió en un designio parejo a Occidente y Oriente. Es lo que puede denominarse Caballería Espiritual. ¿Queda algo de este paradigma en las órdenes de caballería de nuestro tiempo? La difícil respuesta a este interrogante será objeto de examen en la segunda parte de mi presentación. 
II. LA CABALLERÍA CRISTIANA 
Casi todas las sociedades antiguas produjeron, en distintos momentos de su historia, unidades militares de caballería asociadas a ciertos valores guerreros. En el sentido militar de la expresión, hablar de Caballería implica remontarnos al pueblo sumer, en la Baja Mesopotamia, entre los años 3400 y 3100 a.J.C. “el primero que encuadró y utilizó en combate unos carros de guerra que, arrastrados por onagros, constituyeron la primera Caballería de la Historia” 2. En laAntigua Roma los équites (del latín eques, equĭtis ‘caballeros’) designaban tanto a las tropas montadas dispuestas para la batalla como a los miembros de una marca de honor creada después de la Segunda Guerra Púnica, situada entre el patriciado y la plebe. Es discutible, no obstante, la continuidad entre estas élites romanas, fundidas luego con la aristocracia senatorial, y la caballería medieval. Serán los nuevos usos sociales de las comunidades germánicas y de los pueblos de las estepas, anudados a las virtudes militares y al caudillaje, los que alumbrarán, cuando las legiones imperiales agonizen, el embrión de la Caballería futura. Lo ha demostrado Franco Cardini en un muy meritorio ensayo pendiente de traducir al español, en el que resalta la decisiva importancia que tuvo la caballería en las incursiones bárbaras sobre Europa occidental 3. Aunque en este contexto histórico la Caballería no sea todavía un modo de sentir y de vivir concretado en un peculiar código de conducta, tal y como anteriormente hemos apuntado. Es la distancia que media entre la caballería militar y la caballería estamental, que se nombran con la misma palabra en castellano, caballería. No así en inglés, cavalry en el primer caso y chivalry o knighthood, en el segundo. O en francés, cavalerie y chevalerie, respectivamente. Habrán de transcurrir muchos siglos hasta que, en el periodo central y postrero de lo que denominamos Edad Media, los grupos especializados de combatientes a lomos de una montura se transformen en Europa en una clase social regida por unas normas de comportamiento de sólidos ingredientes políticos, éticos, culturales y religiosos, concretamente cristianos. Este proceso se originará en el siglo XI, coincidiendo con el declive de la autoridad real y la desintegración del Imperio Carolingio en un mosaico de principados y señoríos autónomos, y también con ciertas innovaciones técnicas en la monta del caballo, como la difusión del estribo y el perfeccionamiento del arzón trasero de la silla, que daban mayor estabilidad al jinete, y adquirirá plenitud en los siglos siguientes, dejando una profunda huella en todo el Viejo Continente. La Caballería como ideal de vida y arquetipo social será redescubierta por los románticos en el siglo XIX. Ante los drásticos cambios operados en los hábitos sociales que impuso la transformación burguesa e industrial, muchas novelas históricas y obras teatrales del romanticismo europeo evocaron con nostalgia el ambiente caballeresco medieval. El talento épico de Walter Scott (1771-1832) y su enorme número de imitadores resultó ser clave en este movimiento reivindicativo. También la pintura y el arte exaltaron con mucha elegancia y sentimiento el selecto mundo de los caballeros y los comportamientos aristocráticos vinculados a la raza y los linajes. ¡Que pintura tan sublime El espaldarazo del prerrafaelita Edmund Blair Leightony! A pesar del largo tiempo transcurrido, puede decirse que los ecos de la Caballería medieval aún se perciben hoy, siquiera camuflados,“como una de las grandes fuerzas que han caracterizado la historia deEuropa”4. Cierto, el imaginario colectivo de la Caballería parece seguir intacto. Lo atestiguan muchos de los héroes que a nuestra generación nos resultan tan familiares, como los de las novelas de capa y espada, un tipo de literatura popular de impronta genuinamente europea que tuvo una gran difusión desde mediados del siglo XIX hasta los años setenta del XX. La lista de personajes que combinan coraje, habilidad en el manejo del estoque, ingenio y un sentido distintivo del honor y la justicia caballerescos es muy extensa. Robin Hood, Los tres mosqueteros, Cyrano de Bergerac, La pimpinela escarlata, Scaramouche o El Zorro son los más conocidos. También las novelas ambientadas en el Far West gozaron de enorme popularidad en el mismo periodo. Autores norteamericanos como J. F. Cooper, Karl May, Zane Grey o Dorothy M. Johnson supieron transmitir, con grandes dosis de emoción, las peripecias y contratiempos que acompañaban fatalmente a los pioneros de la frontera y que nos hicieronsentir tantas veces actores de nuestraspropias aventuras. Pero será la poderosa industria cinematográfica –recordemos la soberbia película El nacimiento de una nación (1915) de David W. Griffith– la que desde sus comienzos acercará los ideales caballerescos al gran público. Tres lanceros bengalíes (1935) o Las cuatro plumas(1939) son un elocuente ejemplo de cine de acción, impregnado de una ética de la dignidad y el decoro que muchos juzgarán trasnochada, que tengo ubicado en lo más alto de mi panteón sentimental. O los largometrajes de John Ford, el gran artífice del western, y sus tres obras maestras conocidas como la trilogía de la caballería: Fort Apache (1948), La legión invencible (1949) y Río Grande (1950). Las tres versan sobre la caballería de los Estados Unidos en las guerras indias, los casacas azules y su papel como expresión sublimada del sacrificio y de las ansias de gloria y de integración social.Desde Gerusalemme liberata (1918) de Enrico Guazzioni a El reino de los cielos (2005) de Ridley Scott, las Cruzadas han constituido un tema recurrente en la historia del cine. Grandes epopeyas de la gran pantalla, como la saga La Guerra de la Galaxias(desde 1977), Conan elBárbaro (1982) o la trilogía de El Señor de los Anillos (2001-2003), por citar solo tres de las más conocidas, siguen ejerciendo muchos años después de su estreno una poderosa atracción sobre millones de espectadores en todo el mundo, retratando a sus protagonistas y planteando sus argumentos siguiendo los más clásicos cánones de la Caballería. En la exitosa serie televisiva Juego de Tronos (2011-2019) el ensueño épico medieval está asimismo omnipresente. No olvidemos que los creadores de los grandes estudios de Hollywood eran, en su mayoría, emigrantes centroeuropeos. Todo esto nos lo recuerda la profesora Isabel Romero Tabares: “Muchos ejemplos pueden ponerse de la supervivencia y transformación de la dimensión espiritual de la caballería, especialmente a partir de la obra de Tolkien, pero la creación cinematográfica que mejor sintetiza y resume la misión caballeresca medieval es la orden de los caballeros Jedi de La guerra de las galaxias” 5.
La revitalización del pasado caballeresco se mantiene vigorosa: el aluvión de novelones históricos que recrean, con mejor o peor acierto, las hazañas y tribulaciones de nobles y aguerridos caballeros, hechos de armas, intrigas cortesanas, amores desgarrados o melancólicos, magos, bosques, sortilegios, armaduras deslumbrantes, castillos encantados y supersticiones relacionadas con el Temple lo evidencia sobradamente. De hecho, la historia de los templarios cuenta ya con más ensayos y novelas que caballeros tuvo la Orden en toda su historia. En este filón de oro editorial nada comparable a El Código Da Vinci (2003) del americano Dan Brown, con más de 80 millones de ejemplares vendidos y traducido a 44 idiomas. Creo que no somos conscientes de como el relato mítico caballeresco impregna nuestro tiempo. Comics, juegos de mesa, juegos de rol y videojuegos en los que aparecen en todo su esplendor caballeros medievales, cruzados y templarios especialmente, subgénero conocido como sword & sorcery (espada y brujería), despliegan sus tentáculos sobre todo entre los lectores y gamer adolescentes. Gazpacho de narraciones antiguas, épicas indoeuropeas y cantares de gesta, salpimentado con cierta dimensión espiritual y religiosa y la sensibilidad y gustos contemporáneos, sus creadores nos transportan a un mundo de violencia y fantasía que frecuentemente carece de rigor y respeto históricos y presenta groseros errores, tales como la perfecta formación de los ejércitos y la estandarización en sus armas y armaduras, y otros de ucronía y localización. Su masiva aceptación ha empezado a irritar a los censores de la corrección política, tan activos en la literatura y juegos juveniles, motivo que me parece bastante para celebrar su creciente influjo y sus elaboradas estrategias de persuasión. Panorama que ha de completarse con las recreaciones de combates y batallas medievales y las escuelas de esgrima histórica que cuentan con millares de adeptos en los países del Este y que desde hace unos años empiezan también a abrirse camino en España. Otros muchos aspectos de la vida contemporánea han dejado sentir su benéfica influencia. Así, por poner solo dos ejemplos, la Caballería medieval resultó decisiva en el pensamiento del barón Pierre de Coubertin, padre del olimpismo moderno, y fue una de las piedras angulares de su proyecto pedagógico 6. Lo mismo puede decirse del movimiento scout, fundado por el escritor y militar británico Robert Baden-Powell en 1907, muchas de cuyas prácticas y propuestas educativas están inspiradas directamente en las leyendas y tradiciones de las órdenes de caballería7. El irresistible encanto de la Edad Media acabaría seduciendo también a la Weltanschauung nacionalsocialista, aunque la influencia de las órdenes ariosóficas sobre el nacimiento del NSDAP, la fijación de algunos de sus dirigentes como Heinrich Himmler, Walther Darré, Rudolf Hess o Alfred Rosenberg por el Santo Grial o la caracterización de las SS como una orden de caballería se han escrito muchas especulaciones y majaderías. La publicación en 1960 del libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier El Retorno de los Brujos dio el pistoletazo de salida a un tipo de literatura conspiracionista y pseudohistórica, bautizada como esoterismo nazi, que sigue muchas décadas después ejerciendo ascendiente sobre ciertos discursos políticos y culturales alternativos 8. Pero no nos desviemos demasiado de nuestro tema principal y volvamos a los orígenes. Puede decirse que los caballeros eran aquellos varones –nobles y con bienes de fortuna– que combatían a lomos de un caballo, asistidos habitualmente por otros hombres a su servicio, como los escuderos y mozos de cuadra. El aprendizaje del caballero comenzaba en la adolescencia. Su trayectoria vital acostumbraba a ser la de un hombre de distinguida cuna que, habiendo servido durante años como paje y escudero, era luego ceremonialmente ascendido por sus superiores al rango superior de caballero. Muchos grandes señores mantenían a un cuerpo de caballeros y estos contribuían al adiestramiento de los más inexpertos. Sólo un caballero podía armar a otro, pues nadie está en condiciones de transmitir un carisma que no tiene. Los ejercicios y habilidades físicas exigidos al caballero medieval eran semejantes a los que se habían pedido al militar espartano, ateniense y romano9. La equitación, las batidas de caza, las monterías, los acosos de fieras y otras proezas venatorias, el arte de la cetrería y la lucha deportiva familiarizaban a los jóvenes con los rigores de la naturaleza agreste y los peligros del bosque, curtiéndolos desde edad temprana para asumir futuras responsabilidades y dar sentido a sus vidas, buscando la honra y la fama a través de la función guerrera. Indudablemente, la educación en una casa noble contribuía a desarrollar una misma forma de ser y comportarse entre los que allí se congregaban 10. La elevación física y social del caballero sobre el resto de sus congéneres no se entiende sin el caballo, su fiel compañero, a quien se personaliza frecuentemente con un nombre singular. Las cualidades funcionales y crematísticas del caballo determinan el estatus socio-económico de su propietario. El caballero podía disponer, dependiendo de su poder adquisitivo, de distintos tipos de caballos adecuados para cada actividad: el palafrén era el caballo de lujo que se utilizaba en ceremonias y paradas y, también, el que montaban las damas y prelados; el corcel era el caballo con el que no se cabalga hasta el inicio de la batalla y el rucio o acémila el semoviente que transportaba los bagajes y equipo en los desplazamientos. La historia del binomio jinete-caballo como unidad combatiente está estrechamente unida pues los caballos eran objeto de gran estima y consideración. Su pérdida suponía, además de una grave adversidad para el caballero, una afrenta a su honorabilidad11. En la figura del caballo entra en juego toda la rica simbología de la relación entre cabalgadura y jinete que tanta importancia tuvo en los pueblos nómadas y guerreros en general, y en la Caballería medieval en particular. Del caballo se sirve el héroe solar en su combate espiritual por la salvación del mundo. Este brioso animal, obedeciendo dócil la voz de mando de su amo y siguiendo disciplinadamente sus directrices, encarna las virtudes (fuerza, tenacidad y coraje) que harán posible la victoria final contra las tinieblas y el caos12. La destreza con el caballo se combinaba con la pericia en el empleo de las armas, la lanza y la espada principalmente. La lanza, sólidamente ajustada bajo la axila derecha del caballero –en ristre– y apuntada oblicuamente sobre el adversario, mientras el caballo era espoleado al galope, podía ser un artefacto temible. La espada era el arma de mano para el combate individual y está presente en toda aventura caballeresca. Es el instrumento más representativo de la Caballería, símbolo del poder puesto al servicio de la protección de los débiles y de la facultad de aplicar la justicia. Bendecida por un sacerdote, el caballero solía ponerle también un nombre y era considerada un recurso para el ataque y la defensa pero también un símbolo y atributo celestes (la hoja y la empuñadura forman una cruz) que adquirirá un significativo papel en los rituales en los que el neófito era iniciado. El simbolismo de la espada está perfectamente descrito en unas hermosas palabras del poeta catalán Eduardo Cirlot (1916-1973), modelo de una tradición espiritualista de muy altos vuelos y un caballero él mismo, a propósito de una espada que perteneció al condestable Pedro de Portugal y que se conserva yaciente, como un hombre en su féretro, en la Catedral de Barcelona. Cirlot escribió sobre ella: “En Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mundo, nos atrevemos a decirlo después de haber visto la llamada ‘de Carlomagno’ del Louvre, las de la Armería Real de Madrid, las del Lázaro Galdiano en la misma capital, las de los Museos de París, Ginebra, Zurich, Nuremberg, Turín, Milán y Venecia, aparte del conocimiento documental de las que se conservan en otros lugares. La espada de Barcelona se encuentra en el tesoro de la catedral… entre las esplendorosas custodias y báculos, junto a los cálices, códices y arquillas… Tal vez por su situación adquiere o, mejor, ratifica, el valor místico que la reina de las armas posee siempre y que se acrecienta con el paso del tiempo, con la metamorfosis de la sociedad y de la guerra. En efecto, ahora no es posible, casi, ver la espada como un arma física; es más bien un arma espiritual, un símbolo de poder y capacidad en esa agresividad superior que identificamos con el espíritu”13. La Caballería como manifestación social y cultural del alma europea no aparece, como hemos dicho, hasta el siglo XI en el área del Canal de la Mancha, pero muy pronto extendería su influencia más allá de su lugar de origen,traspasando las fronteras de los reinos y señoríos del noroeste de Europa. La principal razón, nos dice Maurice Keen, fue “la asombrosa diáspora de la caballería francesa que se produjo hacia el final del siglo XI y el XII. Los caballeros normandos conquistaron Inglaterra, el sur de Italia y Sicilia; ayudados por otros caballeros de otros lugares de Francia, incluyendo las tierras del sur, cuna de los trovadores, tuvieron una destacada participación en las guerras contra los moros en España y, con mayor dramatismo, el papel principal de las Cruzadas. Donde quiera que fueran llevaban sus costumbres, su cultura y sus relatos favoritos”14. Proponiendo un modelo universal de la Caballería, “una especie de estatuto socio-profesional, de carácter internacional provisto de una dignidad y de una ética reconocidas”15, los relatos de la materia de Bretaña y del ciclo artúrico –con la deslumbrante producción de Chrétien de Troyes (c. 1130 – c. 1183) a la cabeza– se extendieron muy pronto por toda la Europa medieval. A ellos se añadirían otros textos épicos del ámbito hispánico como El Cantar de Mío Cid y germánico, El Cantar de los Nibelungos, que expresaban con parecida intensidad las motivaciones y los deberes de los caballeros.En estas narraciones, difundidas oralmente por juglares entre un público popular, la Caballería se identificaba con la búsqueda de aventuras, acontecimientos inesperados, escenarios desconocidos, el enfrentamiento sin miedo contra cualquier adversario, por desproporcionado que fuere, y con la acción valerosa en el campo de batalla. Detengámonos en esta última cuestión. Al menos hasta el siglo XIV, la guerra se desarrolló con el auxilio de criados y escuderos, siervos sujetos a lazos vasalláticos y milicias de campesinos alistadas para cada conflicto. No puede hablarse de ejércitos permanentes y formalmente constituidos, ni siquiera en empresas importantes como las Cruzadas. El peso del combate lo llevaba el caballero y las huestes reclutadas le debían ciega obediencia. Al desencadenarse la batalla, los acosos y refriegas se dejaban en manos de la infantería, fuerzas a pie escasamente adiestradas y con mejor o peor pertrechos, expuestas sin muchos miramientos al enemigo. Los caballeros se reservaban el momento decisivo, el de la carga. En ella, el ímpetu de la acometida, el valor y la habilidad en la lucha contra sus pares rivales, resultaban determinantes e inclinaban la balanza de uno u otro bando. La posesión de caballo y armas propias del oficio era requisito para alcanzar y mantener la condición y oficio de caballero; a cambio, dicha condición confería el derecho a poder acceder a determinadas magistraturas y cargos de gobierno en el seno de los concejos de las villas y lugares y en las cortes del reino, junto con algunas otras ventajas o franquicias de carácter tributario y penal, como la inmunidad frente al tormento. El disfrute de tales privilegios estaba vinculado al imperativo de cumplir bien con su oficio:defender a la sociedad con las armas. El ejercicio del poder por los caballeros y su transformación en una clase social singularizada de los demás combatientes fue posible, insisto, porque solamente ellos poseían el necesario entrenamiento militar y los recursos suficientes para adquirir y mantener las armas, caballos y arreos necesarios para afrontar con éxito los enfrentamientos. La diferenciación social basada inicialmente en la habilidad y destreza de los propios caballeros y en sus bienes y propiedades desembocaría en un profundo sentido de clase, orgullosa de su conducta y valores marciales y algo desdeñosa hacia los otros dos órdenes que fundamentaban la sociedad feudal: los clérigos y los campesinos (y las categorías asimiladas a estos últimos: mercaderes y artesanos). Precisemos que la jerarquía social se fundamentaba en unas relaciones comunitarias de lealtad mutua que no eran unidireccionales, pues todos tenían deberes para con todos. El mundo medieval es producto de esta urdimbre de relaciones entrecruzadas basadas en el honor, los usos y costumbres del lugar y la palabra dada.
Esta representación de la sociedad en tres estados, encargados cada uno de una función propia, tendrá su reflejo normativo en las primeras codificaciones europeas, el Liber Augustalis, conocido también como las Constituciones de Melfi, promulgado en 1231 por el emperador Federico, rey de Sicilia, los Fueros de Aragón de 1247 y las Partidas (1256-1265) de Alfonso X el Sabio de Castilla. El Liber Augustalis dedica en su Libro Tercero un apartado al derecho feudal y la Caballería, estipulando “que nadie que no sea de linaje caballeresco acceda en adelante al honor de la caballería”. Los Fueros de Aragón señalaron las principales obligaciones de los caballeros. En concreto, el fuero De re militari se refería al deber que tenían de defender a quienes les habían conferido su dignidad y el fuero Statutum est et prohibitumdispuso que “ningún ric omne de la cort d’Aragón non sea osado de fer cavero a fillo de villano” 16. La SegundaPartida regula y teoriza sobre la Caballeríade forma mucho más amplia y sistemática, identificando hidalguía con Caballería. La idea de que, entre todos los grupos sociales, la Caballería es el más “honrado” atraviesa todo el Título XXI, que lleva por rúbrica De los cavalleros e de las cosas que les conviene facer, y el “buen linaje” se erige en criterio supremo para poder pertenecer a la misma. Los caballeros se reclutanentre los hijos de los caballeros y forman así una clase hereditaria que llegará a confundirse con la nobleza de sangre. Solo la dispensa real, en la práctica una carta de ennoblecimiento, autoriza a un no noble a ser investido caballero. Puede decirse que nobleza y Caballería comparten un mayoritario espacio común aunque no lleguen a coincidir plenamente, pues existieron unas milicias concejiles integradas por caballeros villanos o caballeros de las ciudades, cuya condiciónno suponía el acceso a la nobleza. Pese a que se trata de uno de los problemas más estudiados y debatidos por los medievalistas contemporáneos, la cuestión de las relaciones entre Caballería y nobleza no ha recibido todavía una respuesta concluyente y definitiva17. La calidad de la estirpe como requisito para ser caballero se complementa con determinadas incapacidades jurídicas excluyentes, enumeradas en las Leyes XI y XII del mismo Título y Partida: mujeres, locos, hombres de religión, menores de edad, pobres, mutilados o con defectos físicos, mercaderes, traidores, condenados por la justicia o quienes armaron a otro “por escarnio”. El conjunto de estas restricciones, además de dotar a la Caballería de cohesión interna, “tiene por meta garantizar, en el marco de las mentalidades del Medievo, la dignidad y la funcionalidad del grupo”18. Pero la nobleza de sangre en sí misma resulta insuficiente. A un esclarecido linaje se ha de añadir la nobleza entendida como crisol de todas las calidades humanas. En la Ley IV, Alfonso X especifica las cuatro virtudes que el caballero debía poseer: “Bondades son llamadas las buenas costumbres que los hombres tienen naturalmente en sí, a las que llaman en latín virtudes; y entre todas son cuatro las mayores; así como cordura y fortaleza y mesura y justicia”. No sin fundamento, se ha dicho que “la caballería castellana es un invento de Alfonso X el Sabio” 19. En parecidos términos escribía Ramón Llull en el Libro de la orden de caballería (1274-1276), breve y esquemático tratado sobre los valores morales y religiosos vinculados al ejercicio de las armas: “Todo caballero debe saber las siete virtudes que son raíz y principio de todas las buenas costumbres, y son sendas y caminos de la celestial gloria perdurable; de las cuales siete virtudes son las teologales y las cuatro cardinales. Las teologales son fe, esperanza, caridad. Las cardinales son justicia, prudencia, fortaleza y templanza” 20. A partir del reinado de Alfonso XI (1311-1350) se producirá una eclosión de tratados doctrinales de contenido didáctico-moral y jurídico que abordarán la mentalidad caballeresca en un discurso bien estructurado21. Veamos unos ejemplos. La Segunda Partida fue traducida y extractada en el Tractat de Cavalleria (1383) del rey Pedro el Ceremonioso de Aragón y Ramón Llulltiene un fiel imitador en el Tractat de horda de cavaleria del caballero y ermitaño Guillem de Vároich, que sirvió de modelo a Joanot Martorell al redactar el Tirant lo Blanch (1490), protagonista de la primera novela de caballerías impresa en la Penísula. En la Crónica de Pero Niño, escrita hacia 1436 por su alférez Gutierre Díez de Games, se incluye un nuevo tratado de caballería en el que alternan las enseñanzas de Alfonso X y de Ramón Llull: “Digo vos que caballero primeramente es dicho por hombre que continúa cabalgar caballo…” pero “el que cabalga caballo no es por eso caballero: el que hace el exercicio, éste es con verdad llamado caballero…” Y ha de ser “noble”, o lo que es lo mismo “que tenga el corazón ordenado de virtudes…, conviene que sea cauto y prudente, que sea justo juez, que sea templado y mesurado, y que sea fuerte y esforzado…” 22 Para el prelado burgalés Alonso de Cartagena el oficio de la Caballería reposa sobre un sólido fundamento ético. No es casual que para designar de forma genérica todo el entramado del mundo caballeresco utilice en su Doctrinal de Cavalleros (1487) las expresiones “actos de la caballería” y “hechos de la caballería”. El resultado es una concepción de la Caballería en la que prima su dimensión cívica, el compromiso de servicio a la comunidad y la prelación de la prudencia en la jerarquía de las virtudes caballerescas 23. No ha de olvidarse tampoco la importancia que tenía el cuidado físico, la preocupación por lucir una vestimenta adecuada a cada circunstancia, el uso de preseas y adornos reservados y otros aspectos suntuarios, reveladores de una elevada posición. La belleza y la apostura de caballeros y damas son unos atributos extraordinarios a los que recurren insistentemente los cronistas de la época. Ciertamente, el oficio de caballero tuvo durante siglos profundas implicaciones sociales, vinculadas a una ética, una estética y un imaginario propios. La Caballería era, ante todo,una mentalidad y un estilo de vida. Atesoro en mi biblioteca, como oro en paño, dos ensayos que marcaron de forma indeleble mis primeras incursiones en lo que podríamos denominar cultura nobiliaria y que profundizan con claridad expositiva y de forma muy amena en los orígenes y evolución histórica de este ideal caballeresco al que me refiero. Se trata de un ejemplar de la primera edición de 1884 de La Chevaleriedelfilólogo y archivero francés León Gautier (1832-1897) y de los dos tomos de la primera edición española de 1930 de El otoño de la Edad Media, del filósofo e historiadorholandés Johan Huizinga (1872-1945), reeditada décadas más tarde por Alianza Universidad. Ambas obras me iniciaron en mis años jóvenes en los cautivadores vericuetos de la literatura e ideología caballerescas. Unos años después me fui haciendo con otros libros que, siguiendo la estela marcada por los antedichos maestros, abordaron con una excepcional capacidad de síntesis el fenómeno de la Caballería, con matices y enfoques diversos todo hay que decirlo, pero coincidentes en un punto crucial: el mundo masculino y guerrero de la Caballería medieval es una institución tan atractiva como extraordinaria y su código deontológico no encuentra parangón en la historia. Estos libros a los que me refiero son Chivalry del medievalista británico Maurice Keen(1933-2012), publicado en España con prólogo de Martín de Riquer en 1986, a los dos años de que viera la luz el texto original en Yale University Press; el relato Guillaume le Maréchal ou le Meilleur Chevalier du monde de Georges Duby (1919-1996), en el que el profesor del Collège de France, coincidiendo con el primer centenario de La Chevaleriede Gautier, realiza una brillante y rigurosa reconstrucción de la vida del famoso noble anglonormando que llegó a ser regente de Inglaterra, y con ella del ritual medieval de la guerra y del sistema de valores de una sociedad que rindió especial culto a la lealtad y al heroísmo de sus hombres de armas –existe edición española en Alianza Editorial– y otro librito del mismo autor publicado también en Alianza, que tiene por título La Chevalerie, una deliciosa historia, en este caso centrada en las aventuras de Arnoul, hijo del conde de Guînes, nacido en torno a 1160 en el castillo familiar de Ardres, en la región francesa de Pas-de-Calais, a través de la cual trata de precisarnos un poco más como era la vida cotidiana de un caballero, su infancia y sus aventuras y costumbres. Los títulos reseñados se completan con los más recientes de Jean Flori (1936- 2018), Chevaliers et chevalerie au Moyen Age y La chevalerie, publicados en España en 2001, y el minucioso análisis que realiza sobre el mundo caballeresco el profesor alemán Josef Fleckenstein (1919-2004) en una obra editada en España por la Real Maestranza de Caballería de Ronda con el título La Caballería y el mundo caballeresco. Incluye un estudio sobre la caballería castellana de Jesús Rodríguez-Velasco. A estos historiadores hay que añadir –la omisión sería imperdonable– al español Martín de Riquer (1914-2013). Sus estudios se polarizan en torno a dos temas, el ciclo bretón y la épica caballeresca de fines de la Edad Media. Especial interés tienen para el asunto que nos ocupa Vida caballeresca en la España del siglo XV, su discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído el día 16 de mayo de 1965, y Caballeros andantes españoles, publicado en Revista de Occidente dos años más tarde. 
Puede asegurarse que el lector encontrará en estos manuales una aproximación suficiente y rigurosa a la Caballería como manifestación social y cultural del devenir europeo. Con su ayuda podemos comprender e interpretar perfectamente la huella profunda que la institución dejó en las centurias posteriores. El mundo tan sugerentemente retratado por León Gautier,Johan Huizinga, Maurice Keen, Georges Duby y Jean Flori se basa, preferentemente, en crónicas, documentos y testimonios literarios procedentes de Francia, Borgoña y Flandes, mientras que Josef Fleckenstein subraya su dimensión supranacional, prestando especial atención a las fuentes centroeuropeas. Gautier resume el código de los deberes del caballero cristiano en lo que él llama “los diez mandamientos de la Caballería”, un hermoso decálogo moral que de haberse observado en todo momento y lugar a buen seguro hubiera evitado a la humanidad muchos sufrimientos 24. Huizinga reconstruye con palabras muy sentidas el ideal estético caballeresco, –“hecho de fantasía multicolor y sentimentalidad elevada”–, y sus variadas manifestaciones: su significación política y militar, la concepción jerárquica de la sociedad, las delicadas formas del trato amoroso, la emoción religiosa, la sensibilidad artística y el anhelo de una vida más bella, apreciaciones todas ellas que condensa en una frase insuperable: “La caballería era principalmente una forma superior de vida”25. Para Keen la Caballería europea “podía ser definida como un ethos en el que los elementos guerreros, aristocráticos y cristianos están fundidos”, elementos que analiza con minuciosidad, viveza y rigor 26. Duby subraya que “tres palabras, lealtad, valentía y prudencia, resumen los valores del mundo caballeresco” y, por supuesto,“la amistad, esa amistad tan preciosa, porque sobre ella estaba construido todo el orden de la caballería” 27. . En otro lugar nos dirá: “Hay tres valores principales. La ‘proeza’, es decir el coraje. La ‘lealtad’, que hace que uno no traicione la palabra dada a sus consanguíneos, a su señor o al rey: notemos de paso que el vínculo de fidelidad al vasallaje es más fuerte que el de fidelidad al rey: el rey todavía no tiene la importancia que tendrá más tarde. Finalmente la ‘largueza’, la generosidad que se hace más fastuosa a medida que el dinero circula: ella distingue a los caballeros de los nuevos ricos, los burgueses que amontonan dinero. Un caballero no se apega a la riqueza, él la distribuye y, si la toma de los demás, es para poder dar abundantemente”28. Según Flori, lo que distinguirá a los caballeros de los demás guerreros, aunque luchen a caballo, será “un comportamiento común basado en la noción de honor caballeresco que, en cierta medida, va a humanizar las leyes de la guerra”29. Finalmente, Josef Fleckenstein sostiene “la existencia de una vinculación esencial e indisoluble entre la caballería y su entorno, es decir el «mundo caballeresco», que influyó en los cambios experimentados por ambas partes”30, idea nuclear que impregna toda su obra.
Las aportaciones de Martín de Riquer nos permiten completar el panorama europeo descrito por los cinco antedichos autores con argumentos referidos a la misma materia en la Penísula Ibérica, entresacados de “libros de caballerías”, –así los denomina–, cuyos personajes vivieron novelescamente, como el Tirant lo Blanch o el Amadís de Gaula, y fueron modelo a su vez de novelas posteriores. Como enfatiza con algo de ironía, el mundo caballeresco no es una recreación puramente literaria sino que constituye “una realidad social, tan social y tan realidad como pueden serlo los salarios de los albañiles medievales o las quiebras de las bancas a finales del siglo XV. Porque es perfectamente lícito y digno de todo encomio trabajar sobre la problemática que representan albañiles y banqueros, y en este sentido admiramos los avances que ha hecho nuestra ciencia histórica en estos últimos años. Pero se suele olvidar, o no se advierte, que en este mismo mundo de obreros y de financieros existen otros hombres, tal vez eco de ideales de un tiempo pasado, tal vez aventureros o soñadores, que gozan de la admiración de sus contemporáneos y que, con gesto orgulloso y viril, quieren mantener a todo trance unos principios que les otorgan una superioridad ante el resto de los humanos, superioridad raramente discutida” 31. Junto a la educación del corazón y las virtudes caballerescas, todos los autores apuntados se han ocupado, en mayor o menor medida, de otro aspecto enormemente importante de la Caballería medieval: sus peculiares ritos y celebraciones, que no eran gestos vicarios ni meramente ornamentales sino fuente de una nueva legitimidad.“Todos los actos de la vida de un caballero están efectivamente ritualizados y son pretextos para espectáculos: el armar caballero (la entrega de la espada, la intronización), los torneos, el matrimonio, la muerte. En esta época las gentes se distinguen por sus apariencias. El hábito hace al monje y el espectáculo hace el acontecimiento. Así son todas las sociedades tradicionales”, apunta Georges Duby 32. Entre estas ceremonias destaca una sobre las demás: la fecha de entrada en la Caballería. El ritual, profano en sus inicios, se desarrollaba normalmente en la mansión, fortaleza o castillo del señor en la que el joven concluía su aprendizaje y consistía en un baño purificador seguido de su cobertura con un sayo o túnica distintiva, la toma de consentimiento –el candidato, arrodillado, declaraba ante el ordenante que cumplía las condiciones exigidas– y la entrega de armas (le calzaban las espuelas y le ceñían la espada a la cintura; a veces, le ofrecían también la lanza, el escudo y las calzas de hierro). A continuación, se extraía la espada de la vaina y, una vez empuñada por el neófito en su mano derecha, prestaba juramento de cumplir fielmente sus obligaciones, entre ellas la de defender a su señor terrenal y la fe católica. Luego le administraban el pescozón, –palmadita en el cuello– y el espaldarazo o saludo sobre la cabeza o los hombros con la hoja plana de la espada, gestos simbólicos todos ellos que visibilizaban que el joven estaba maduro para ingresar en el mundo de los adultos y que se comprometía públicamente en obediencia y servicio con su mentor. En ocasiones, se añadía un ósculo y un abrazo de bienvenida al novel por parte del oficiante y de los demás caballeros presentes, en señal de acogimiento y hermandad. Se sucedían varios días de festejos para celebrar el acontecimiento 33.
Aunque resulta inevitable apreciar similitudes entre el baño y el pescozón con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, lo cierto es que, en las más antiguas descripciones que nos ofrecen los textos literarios, no figura una participación esencial de las autoridades eclesiásticas en este rito de paso. Es el caso del primer testimonio que nos ha legado una fuente histórica, el relato que hace el cronista Juan de Marmoutier sobre la investidura de Godofredo de Anjou, que tuvo lugar en 1128 en la ciudad normanda de Ruán en vísperas de sus bodas con una hija del rey de Inglaterra. Sin embargo, en algunos pontificales medievales –libros litúrgicos específicos de los obispos que contenían las rúbricas y oraciones empleadas fuera de la Eucaristía– se reservará a los clérigos un relevante papel en la ceremonia de armar caballeros, que incluirá el ayuno y vigilia previos en una vela de armas o preparación espiritual, la confesión sacramental, la bendición de la espada y un oficio religioso en el interior de un templo. Así, en el pontifical de Guillaume Durando o Durandus, obispo de Mende, manuscrito en 1295, que conoció una importante difusión en los siglos siguientes y sirvió de base para la primera edición impresa del Pontifical Romano de 1485, que el papa Clemente VIII promulgó en 1596 como único texto válido y obligatorio. La descripción al final de su Libro Primero de un ritual para los nuevos caballeros constituye sin duda una innovación muy notable. Ser armado caballero equivaldrá casi a recibir un sacramento, según sostiene Don Juan Manuel en el capítulo XVIII de su Libro del cavallero et del escudero, escrito entre 1326 y1328.El octavo sacramento, en palabras de León Gautier 34. Maurice Keen resuelve esta aparente contradicción señalando que ambos factores, profano y cristiano, “están presentes en la historia de armar caballeros: el que se remonta a la antigua costumbre germánica de la entrega de armas, cuyo origen es seglar, y el que también se remonta al rito de la bendición de la espada del guerrero, que es religioso. Las liturgias del Pontifical de Guillermo Durandus y del Pontifical Romano unen los dos hilos, por lo que otorgan a la ceremonia un significado cristiano y religioso, así como seglar y social”35. La frecuente participación de los reyes en las investiduras caballerescas –en muchas ocasiones ellos mismos habían sido recibidos en la Caballería en vísperas de su entronización– tenía asimismo una significación religiosa, pues trasladaba a todos los asistentes a la ceremonia la idea de que ceñían a los candidatos la espada en cuanto vicarios de Dios36. Eran tiempos en los que el poder político no estaba aún escindido entre lo temporal y lo espiritual sino que integraba una única categoría ontológica. Otro rito relevante era el voto caballeresco, consistente “en abstenerse de una cosa determinada o de exteriorizarse con cualquier detalle llamativo, singular o humillante hasta haber participado en un hecho de armas bajo determinadas condiciones”. Estos votos, versión profana de las promesas religiosas, eran “una especie de cebo para provocar la lucha” y se llamaban empresas, palabra que con el tiempo designará las divisas y paremias heroicas y los lemas y motes heráldicos37. Precisamente, la Heráldica se revelará como el código estético más adecuado de este emergente y cautivador estilo de vida, que idealiza el ejercicio de las armas, la defensa de la religión cristiana y el socorro a los más débiles. Su uso se inició en el mismo periodo y área geográfica que estamos estudiando como una señal para identificar a los caballeros y jefes de las huestes en los campos de batalla –habitualmente ocultos en sus cascos y armaduras– y se difundió enseguida por todo el continente, adaptándose a las peculiares circunstancias de las diferentes culturas que encontraba a su paso. Lamentablemente, no puedo detenerme en este importante asunto de los emblemas heráldicos como signos de distinción –que ha merecido miles de páginas por parte de investigadores y eruditos– y que son uno de los espejos más fieles de la mentalidad caballeresca; desbordaría el propósito de esta conferencia. Tampoco en otros espectáculos y distracciones en los que se reforzaban vínculos e identidades, de profunda significación escenográfica y enorme aceptación en la época, como los simulacros de batallas, desafíos, pasos de armas, alardes, justas y torneos, juegos de corte, así como del amor cortés, directamente conectado con una gestualidad contenida y refinada y el anhelo de una vida noble y plena, que formaban parte asimismo de la colorista cosmogonía de la que se alimentaba la Caballería. Se ha debatido mucho sobre el papel de la Iglesia Católica en la liturgia de la investidura y sobre su estrategia para tratar de controlar y poner a su servicio a las fuerzas de la Caballería. Las dudas sobre la efectiva aplicación del Pontifical de Guillermo Durandus contribuyen a que no pueda arrojarse demasiada luz sobre la controversia. El llamamiento de Urbano II ante la asamblea de Clermont en 1095, deplorando la profanación de Tierra Santa por el islam, –“se impone un único deber; que cada cual ciña con fuerza su espada, pues más nos vale morir en la guerra que contemplar así los males de nuestra raza y de los Santos Lugares”– anticipa los estrechos vínculos entre las Cruzadas y la Caballería y los deseos del Papado de dirigirse a los caballeros directamente, sin intermediación alguna de sus reyes y señores38. Duby precisa que “santificar la jura del caballero, situarle bajo el control de la autoridad divina, ponía diques al desbordamiento de la agresividad de los hombres de guerra…” 39 Keen, aun defendiendo la impronta seglar en el origen de la ceremonia de armar caballeros, derivada del ideal de fidelidad vasallática tan arraigado en el mundo germano, aclara que “decir esto no significa rechazar la idea de la caballería medieval como una institución esencialmente cristiana… el hecho de que tan a menudo se armara a los caballeros en una iglesia grababa en todas las mentes la idea de que la caballería era una profesión cristiana con numerosas obligaciones de observancia y moralidad, tanto si se confería en una iglesia como si no”40. Desde luego, la Iglesia de Roma aportó importantes ingredientes a los valores caballerescos, como la austeridad, la caridad y la protección a los más débiles, viudas, huérfanos y menesterosos –minorías vulnerables, en el lenguaje de hoy– y trató de atraer a los milites para amparar determinados grupos de personas y lugares perjudicados por los saqueos y las luchas y vendettas entre linajes mediante la promulgación de la Tregua de Dios y otros armisticios. Las connotaciones honorables de las enseñanzas y la liturgia cristianas condujeron muy frecuentemente a cuadrillas de aventureros y maleantes hacia comportamientos cada vez más civilizados, domesticando sus ambiciones y agresividad. Clérigos de renombre como Bernardo de Claraval y Juan de Salisbury defendieron una completa cristianización de la Caballería como pauta de vida. Los santos se convirtieron en patrones de los diversos ejércitos y armas y numerosos tonsurados, precursores de los capellanes militares, marchaban a la guerra con las tropas. Los preludios de las batallas se enmarcaban en un ambiente espiritual muy intenso: se rezaba, confesaba y comulgaba, se celebraban procesiones con imágenes religiosas y a veces se hacían transportar arcas llenas de reliquias. En algunos pontificales encontramos oraciones especiales para bendecir los pendones y estandartes que se portaban en las expediciones contra cismáticos y herejes. En los momentos cruciales del combate los sacerdotes oraban al Señor y le dirigían cánticos y plegarias. A su término se oficiaban solemnes funerales por los muertos y se ungía con los santos óleos a los agonizantes. Las donaciones a instituciones eclesiásticas después de una campaña militar exitosa eran frecuentes. La fama de San Miguel Arcángel, jefe de los ejércitos de Dios, y del caballero San Jorge muy pronto se extendería a lo largo y ancho de Occidente. La épica caballeresca estuvo, por tanto, íntimamente ligada a la moral católica, tal y como reflejan, por lo demás, numerosos pasajes de la literatura artúrica, del Ciclo de la Vulgata, principalmente. En efecto, la idea de la Caballería como una orden que asociaba los aspectos guerreros con la vocación piadosa y cristiana aparece bastante explícita en la historia del Chevalier au Cygne y el grupo de novelas en torno al Santo Grial. La importancia de estos relatos, que sintetizan los valores heroicos germánicos con la tradición militante del Antiguo Testamento, radica en que “reflejan con fidelidad la seguridad de que la vida de la caballería cristiana es agradable a Dios y de que la orden había sido instituida directamente por Él”41. El Libro del Caballero Zifar, primer roman de aventuras extenso de la prosa española, nos presenta de modo paradigmático el rostro cristiano de la Caballería y cumple plenamente el objetivo de hacer compatibles los valores espirituales con los móviles de la actuación caballeresca: “todo caballero debe aspirar a reproducir, en su vida y en sus actos, este proceso de perfección que acaba de consumar Zifar… En buena medida, por este recorrido (de ascesis y de penitencia) se ha hablado de «caballería espiritual»” 42. Sin duda, en la Caballería medieval hubo también violencia, enfrentamientos poco edificantes, no poca vanidad y avaricia de botín. Pero resulta mezquino ignorar los positivos efectos que los ideales cristianos insuflaron en la vida y las creencias de la época. Me parece que se producen muchos más actos de maldad y de barbarie y que existe mucha más codicia y fealdad en los actuales tiempos democráticos en los que los principios morales básicos son a diario maltratados por el afán desmedido de poder y dinero, la delincuencia y corrupción organizadas, el arte zarrapastroso y las pulsiones humanas desbocadas y ajenas a toda contención y norma. La movilización de las Cruzadas, que arrastró a miles de voluntarios a Tierra Santa, supuso abrir un nuevo capítulo en la historia de la Caballería. El avance victorioso del islam amenazaba el Imperio bizantino y los Santos Lugares y precisaba de fuerzas militares organizadas que combatieran en las fronteras disputadas con un mundo distinto e intimidante. Los cruzados lucharían ahora contra el infiel sin reparo moral alguno. A cambio, ganaban indulgencias, podían expiar sus pecados y, a la postre, alcanzaban la salvación eterna. La idea de la misión cristiana de la Caballería se fortalece. El acontecimiento más importante en la evolución de la Caballería se produjo precisamente en este periodo: la fundación de las órdenes de caballería, “poderoso brazo derecho de la Iglesia militante”43. Si la Caballería “es una fraternidad cuyos miembros se ayudan entre sí valientemente”, como afirma Duby 44, esta solidaridad de grupo cristaliza de forma paradigmática en las órdenes militares, máximo exponente de una simbiosis entre milicia y religión que supo transformar al soldado en monje y al monje en soldado, amalgamando de este modo en los nuevos milites Christi las dos vocaciones humanas más altruistas y singulares: las armas y el monacato. Como quiera que importantes sectores sociales sostenían que la doctrina de la Iglesia era incompatible con el uso de las armas, Bernardo de Claraval, uno de los monjes más respetados de la época, como se ha dicho, redactó un breve memorando –Liber ad milites Templi de laude novae militiae– dejando bien sentado que la violencia y la guerra no estaban prohibidas por los Evangelios si se trataba de combatir al infiel, legitimando de este modo un modo de vida aparentemente contradictorio que respondía a la imperiosa necesidad deneutralizar a los enemigos de la Cristiandad. La organización de las órdenes militares, tal y como reflejaban sus reglas particulares, liberó a los caballeros de toda obediencia a la autoridad seglar y les impuso unas obligaciones diferentes a las de los vasallos respecto a su señor, entre las que destacaban los deberes de auxilio mutuo y la vida en común. En el convento, casa o fortaleza de la orden convivían con otras personas que buscaban protección material o asistencia espiritual, como donados y familiares. Pero la dependencia directa de un magnate laico, el maestre, no sería óbice para que esas mismas reglas sancionaran de forma contundente que los caballeros de las órdenes debían asumir una conducta religiosa integral y militante. Así, la regla de la Orden de Santiago, capítulo 25, prescribía: “La intención especial de todos los Freiles ha de ser esta sola, conviene a saber: Para defender con todas sus fuerzas la Iglesia de Dios, y poner sus ánimas por el ensalzamiento del nombre de Cristo…”45. Para cumplir esta misión espiritual, los aspirantes a freires debían superar la prueba de un noviciado antes de ser admitidos en las órdenes como miembros de pleno derecho y se comprometían a observar fielmente los tres votos monásticos de pobreza, obediencia y castidad y a practicar diversas penitencias y mortificaciones. No cabe duda de que estos paladines de la Caballería, plenamente identificados con la mentalidad de la época, tenían fe en la plenitud de la Christianitas y en el ideal agustiniano de la guerra justa: “en sus enormes fortalezas los templarios y los hospitalarios eran, en efecto, los caballeros modelo. Hacían la guerra a la perfección. Pero también eran monjes, vivían en medio de la disciplina y de la renuncia a las riquezas, al orgullo y los placeres. Añadían a los valores militares los de la espiritualidad, y parecían encarnar el ideal de una caballería cristiana en el que la virtud de la caridad coronase las de la fuerza, la justicia, la prudencia y la templanza. Viéndoles actuar, era fácil imaginar en que podía convertirse el orden de la caballería entero en Europa si se dejaba impregnar por esos valores”46. En los años que siguieron a la Primera Cruzada se fundaron tres órdenes militares para la asistencia y protección de los peregrinos en Tierra Santa: la Orden del Temple, la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén y la Orden Teutónica. Estas órdenes eran internacionales, luchaban en Siria pero reclutaban a los freires y tenían sus posesiones en Europa. Defendieron el reino de Jerusalén hasta su caída en 1291. Muy pronto en la Penísula Ibérica, donde también se había abierto un importante frente de lucha contra la morisma, se instituyeron, imitándolas, otras tres, Calatrava, Santiago y Alcántara, y más tarde la Orden de Montesa, jugando un papel muy relevante en la Reconquista como avanzadilla armada y salvaguarda de las tierras de repoblación. En 1202 Alberto de Buxhoeveden, Príncipe-Obispo de Livonia, fundó la Orden de los Hermanos de la Espada compuesta por monjes-guerreros alemanes, extendiendo su ámbito de influencia en las actuales Estonia y Letonia. En 1237 se integraría en la orden teutónica. Bajo las enseñanzas de San Benito o San Agustín las órdenes de caballería viven su edad de oro en la Europa cristiana bajomedieval. Todas ellas, salvo la Orden del Temple, disuelta en 1312, prolongarán su vida, adaptadas a los cambios multiseculares, hasta nuestros días. Los piqueros, en combinación con los arcabuceros, anunciaron a finales del siglo XV el lento declive de la Caballería y al final de la centuria siguiente las armas de fuego expulsaron definitivamente a la lanza del campo de batalla. Fue entonces cuando la observación de J. R. Hale se convirtió en un hecho constatado: “la muerte indiscriminada por balas hizo que la guerra dejase de ser una escuela superior para el carácter caballeresco” 47. 
El apogeo de las monarquías absolutas, la creación de los ejércitos permanentes y la constitución de órganos políticos centralizados terminaron por monopolizar el poder coactivo que había estado disperso entre feudatarios, corporaciones y órdenes militares dejándolo en manos de príncipes y reyes. El desmantelamiento de la sociedad feudal y la consolidación del espíritu burgués supondrán una total reorganización del tejido social. La Edad Media concluye cuando la Caballería, minada por una nueva manera de hacer la guerra y desparecidos sus cometidosoriginales, entra en una nueva fase y deja paso a las ideas renacentistas que regirán la Edad Moderna. “Como el mundo medieval cambió de arriba abajo con el ascenso de la burguesía, la caballería fue perdiendo poco a poco su fundamento. Sin embargo, no sehundió, sin más, junto con su mundo al desaparecer éste, sino que pervivió, más bien en formas distintas, muy delimitadas y sublimadas y proyectó, paradójicamente, mayor luz en la medida en que perdió significaciónhistórica”48. Así fue; pese a lo que muchas veces se afirma, el Renacimiento no implicará una ruptura brusca con esta percepción de la Caballería cristiana de la tradición medieval. O lo que es lo mismo, el quebranto de la hegemonía militar de la Caballería no supuso que perecieran sus connotaciones ideológicas y culturales. Es verdad que las terribles crisis –hambrunas y pestes– que asolaron los siglos XIV y XV provocaron una debilitación de los vínculos feudo-vasalláticos y que la pérdida de Tierra Santa privó a las órdenes de caballería de uno de los principales motivos de su existencia pero, en cualquier caso, los modelos de comportamiento caballeresco y su mitología no desaparecen sino que se transforman, revitalizados, en la nueva vida cortesana impulsada por los Tudor, los Valois los Habsburgo, los Este, los Gonzaga o los Médicis.Roy Strong, historiadordel arte británico, ha demostrado como la nueva teatralidad, –espectáculos, festivales, ritos y torneos–, de las cortes nacionales y ciudades estado italianas seguirá expresando en forma festiva el papel del monarca como señor feudal de sus caballeros y como modelo de las dos virtudes caballerescas supremas, el honor y la virtud, uniendo la herencia septentrional con los nuevos ideales y formas de la cultura humanista y renacentista. Y nos recuerda que Baltasar Castiglione, al hacer un elogio de Guidobaldo de Montefeltro, duque de Urbino (1472-1508), escribió: “…la grandeza de su valor le estimulaba tanto que allí donde no participaba personalmente en las proezas de la caballería, como había hecho mucho antes, encontraba muy gran placer en contemplar las de otros hombres…Y en las justas, en los torneos, en manejar toda clase de armas, también en inventar aparatos, en los pasatiempos, en la música y por último en todos los ejercicios aptos para nobles caballeros, cada hombre se esforzaba por demostrar que era merecedor de ser juzgado digno de tan noble asamblea…” Aquí pasamos, nos dice Strong, “del caballero medieval al cortesano renacentista; pero el objetivo sigue siendo idéntico, ser «bien visto en las armas»” 49. La profesora de Historia del Arte Carmen Vallejo Naranjo subraya el hecho de que, llegado el Renacimiento, la Caballería medieval, aunque llevaba en cierto modo implícito su propio sello de caducidad como arma combatiente, pervivió, en lo estético, en la fuerza de una imagen sublimada, evidenciando de este modo “que para entonces la importancia de su aportación histórica a la cultura occidental era ya irreversible y trascendental”. Así, la monarquía medieval, como cabeza visible de la Caballería, se revaloriza en el plano ornamental y emblemático, produciéndose un trasvase de contenidos iconográficos que, en lo esencial, “era la maduración de lo producido desde la Edad Media entre el rey, la institución caballeresca y su estética: la prefiguración del poder a través de la fuerza militar y la función-profesión guerrera. El caballero en el estado superior que le confiere el caballo se presenta como el líder, dirige, gobierna, juzga… Por ello el retrato ecuestre se utiliza como alegoría política del buen gobierno, sobre todo cuando el caballo está en corveta porque se refleja el virtuosismo ecuestre propio del caballero que domina el animal con una sola mano y con la otra lleva el bastón de mando militar” 50. Pensemos también que los libros de caballerías debemos concebirlos como un tipo de literatura propia del Renacimiento pues gracias a la imprenta tendrán una gran difusión. En 1508 apareció en Zaragoza la primera edición impresa delAmadís de Gaula, recreación de Garci Gutiérrez de Montalvo, cuya deuda con el ciclo artúrico es innegable. Su enorme aceptación determinó que fuera tomada como modelo de referencia por otros escritores. La historia del heroico caballero andante que destaca por su valor, alta alcurnia, lealtad y fidelidad amorosa y a su rey fue el punto de partida para un género literario muy duradero. El erudito y académico Francisco de Paula Canalejas (1834- 1883) llegó a afirmar hiperbólicamente: “el ideal caballeresco nace con el Amadís de Gaula, libro inspirado por los idealismos delRenacimiento” 51. Las monocracias buscaban fortalecerse en el nuevo escenario socio político europeo y para ello soberanos, príncipes y grandes señores renacentistas no dudaron en servirse de la fuerza de los atributos caballerescos para ligar estrechamente a sus personas, mediante particulares juramentos, con sus súbditos principales. Ello fue posible creando unas “órdenes seglares de Caballería” (Keen) inspiradas en las órdenes caballerescas medievales, pero con una regla menos rigurosa, estatutos, que permitía a sus miembros llevar una vida normal, al mismo tiempo que les imponía una estricta obediencia al jefe, titulado gran maestre, aportando lustre y prestigio a su servicio personal. La denominación de “seglares” de Keen se refiere a que su gobierno y administración estaban exentas de la jurisdicción eclesiástica y no a una deserción de todo sentido espiritual y cristiano. Es más, muchas de ellas mantuvieron lazos privilegiados con el solio pontificio. Aunque compartían algunas características comunes, las nuevas órdenes presentan cierta heterogeneidad en sus fines y rasgos definitorios. Así, en las más importantes, que podemos llamar “curiales” o, siguiendo a Ceballos-Escalera, “órdenes capitulares o de collar y de fe”, el fundador –normalmente un dinasta– las crea discrecionalmente, las pone bajo una santa protección, establece su sede litúrgica, en la que suelen pintarse sus armoriales, y las dota económicamente. Se trata casi siempre de fraternidades integradas por altos dignatarios y con numerus clausus. El acceso se verifica mediante cooptación por el capítulo de la orden; a partir del siglo XVI, el capítulo perderá estas atribuciones en favor del gran maestre. Las alianzas políticas y las estrategias y ventajas diplomáticas se disimulaban veladamente detrás de muchos nombramientos. Tras el recibimiento, todos los caballeros son iguales entre sí, sin tener en cuenta las diferencias de sus riquezas y títulos, y quedan ligados al jefe por un solemnísimo juramento de fidelidad ilimitada; por ello, en general, se les impedía ingresar en otra orden distinta que pudiera comprometer su lealtad. Los caballeros se reunían periódicamente en capítulo, para asistir a brillantes ceremonias y tratar de los asuntos corporativos y, a veces, asuntos de Estado. La Nobilísima Orden de la Jarretera y la Insigne Orden del Toisón de Oro son las órdenes más apreciadas y paradigmáticas de esta categoría. Estas órdenes curiales coexistieron con las órdenes militares anteriormente señaladas, –la Orden de San Juan siguió siendo la más importante; en 1310 se instaló en la isla de Rodas y en 1530 en el archipiélago de Malta– y otras órdenes con una fisonomía religiosa o asistencial más pronunciada. Un tercer grupo estaría formado por cofradías menores y ámbito local de influencia que agrupaban a varones beneméritos pertenecientes a la baja nobleza; florecieron en Alemania y España con especial vigor. Los caballeros de todas ellas no sentirán ya el fervor de los monjes soldados combatientes por la Tierra Santa sino el deseo de asociar sus vidas a un esplendoroso marco de glorias pasadas y héroes legendarios, de disfrutar en un círculo palaciego, cerrado y selecto, de la intimidad y trato del príncipe y de otros grandes magnates, y también de acceder a determinadas pensiones y encomiendas, en el caso de las órdenes curiales, o de prestación de ayuda mutua entre sus miembros, de realización de obras piadosas y defensa de la religión cristiana y de control y observancia de las paces territoriales en las demás 52. Las crónicas refrendan explícitamente que Eduardo III tenía en mente el modelo artúrico cuando fundó en 1348 la Nobilísima Orden de la Jarretera. El misticismo caballeresco y la mitología clásica cristianizada inspiraron la fundación de la Insigne Orden del Toisón de Oro, instituida por el Duque de Borgoña, Felipe el Bueno, en 1429. En general,tanto las grandes órdenes cortesanas como las cofradías más modestas surgidas en Europa en los siglos XIV a XVI guardaban una conexión sentimental con las órdenes medievales de caballería y los cruzados del periodo anterior. Su elevado número, nos dice Keen, “da testimonio de su importancia, y su multiplicación es una de las más notables evoluciones de la tardía caballería medieval” 53. Las monarquías utilizarán estos cuerpos como instrumentos de colaboración en la gestión de la vida política y como factor reforzador de identidades y de cohesión nobiliaria, refrendando sus símbolos, ritos y normas de comportamiento exclusivos. De este modo, las “órdenes seglares de Caballería” pasaron a jugar un doble y complementario papel: como signo externo de lealtad y subordinación hacia su fundador y como público reconocimiento del estatus que gozaban sus miembros. 
La huella de la Caballería y sus virtudes militares conectarán con una sensibilidad atemporal que puede apreciarse en muchos otros ámbitos y empresas. San Ignacio concibió su misión religiosa como una caballería andante. Vivió en una época en que la tradición de la caballería medieval seguía existiendo y aún ejercía una fuerte influencia. La Vida de San Ignacio redactada por el padre Pedro Ribadeneyra (1526-1611) nos presenta al santo como un hombre “muy curioso y amigo de leer libros profanos de caballerías”54. En el estilo propio de la Compañía de Jesús fundada en 1534 y en el mismo nombre elegido para identificarse se aprecian indudables resonancias castrenses. Por otra parte, sin los caballeros medievales difícilmente hubieran existido los conquistadores de Indias. Muchos de los valores militares y sociales que compartían los capitanes, hidalgos y gente de armas de las expediciones de exploración y conquista allende el océano, como la búsqueda del honor y la fama, el valor, la audacia, la fidelidad al rey y a la patria, el servicio a Dios y a una causa justa, están estrechamente ligados a la literatura y espíritu caballerescos. ¿Sabían ustedes que nombres como los de Patagonia y California están tomados de los libros de caballerías?55. La fiesta cortesana renacentista legó al barroco un repertorio de motivos y decorados en el que siguieron figurando ingredientes caballerescos hasta bien entrado el siglo XVIII. Los libros de caballerías medievales, las imágenes del Sacro Imperio y los mitos y la historia clásicos facilitaron al monarca absoluto un repertorio de símbolos y un programa iconográfico fácilmente comprensibles en toda Europa con los que promover y afianzar su gobierno. En España este catálogo emblemático se amplió con el toreo caballeresco y la creación de las Reales Maestranzas de Caballería. La lidia a caballo fue la forma original de torear al toro bravo, en la que los caballeros montados realizaban las suertes de alancear, rejonear y picar. El Tratado de cauallería a la gineta, del humanista Hernán Ruíz de Villegas, un texto compuesto entre los años 1567 y 1572, ofrece una idea cabal de cómo los jóvenes pertenecientes a la nobleza tenían la necesidad de conocer dichas suertes deltoreo pues perfeccionaban la equitación y preparaban para posibles acciones bélicas. En 1621 el caballero indiano Bernardo de Vargas Machuca publica otro importante tratado, Compendio y doctrina nueva de la gineta, en el que describe el papel de la nobleza en los regocijos taurinos, explicando cómo la tauromaquia fue aprovechada como medio propagandístico para consolidar una imagen identitaria de clase56. En general, las preceptivas taurinas y reglas de torear a caballo que vieron la luz hasta el XVIII, en que el toreo desplaza a la nobleza de su ejercicio, instruyen en las costumbres cortesanas en la plaza y en la galantería y exaltacióndel sentir caballeresco 57. 
Por su parte, las Maestranzas de Caballería constituyen un peculiar fenómeno de asociacionismo nobiliario hispano, surgido a finales del XVII en Andalucía con la creación en 1670 de la Maestranza de Sevilla, a la que siguieron Granada (1686), Valencia (1690) y Ronda (1707), aunque esta última llevaba funcionando como tal desde 1572 con el nombre de Hermandad del Sancti Espiritu. Su finalidad se haya primorosamente descrita en el primer artículo de los Estatutos y Ordenanzas de 1764 de la Maestranza de Granada: “Para excitar la Nobleza Civil el uso de algunos militares exercicios, y que habilitada en ellos la juventud tenga un plantel la Monarquía, de cuyas reclutas pueda trasladar las victoriosas tropas del Rey muchos laureles; y para que los caballos andaluces, que han hecho la milicia española superior a la de todas las naciones, no desfallezcan de la excelencia en que se constituyen por la hidalguía de sus razas, y primor de su doctrina; ha sido cuidado repetido de nuestros Monarcas erigir en ciertas Ciudades unas Congregaciones de Nobleza, que haciendo profesión de la enzeñanza y exercicio de los caballos, recopilen en su Provincia estas utilidades”58. La Caballería continuaría inspirando nuevos espacios de sociabilidad con marchamo aristocrático. En 1736 Andrew Michael Ramsay, un entusiasta activista de la causa jacobita exiliado en París, redactó un discurso que equiparaba a los masones con los caballeros templarios, defendiendo que la masonería era depositaria de una gnosis inmemorial celosamente custodiada en su seno. Muy pronto los rituales masónicos de muchas logias del continente incorporaron, como signos de distinción, determinados usos de la caballería medieval. A partir de 1750, nos cuenta Javier Alvarado, catedrático de Historia de las Instituciones, en un libro cuya lectura les recomiendo, “numerosos grados masónicos conferían el título de caballero a través de un ceremonial o ritual de investidura de armas que imitaba a los practicados por las órdenes militares de la época”. Estos sonoros títulos y dignidades rimbombantes reflejaban un clarísimo afán de ennoblecimiento, “adoptando un discurso pretencioso para presentarse como la verdadera caballería cristiana”. La fantasiosa idea de la pervivencia de la Orden del Temple a través de ciertas logias y la moda caballeresca introducida en los altos grados masónicos pronto se extendió desde Francia por toda Europa. Lo cierto es que sobrevive hoy en día una orden estatal de caballería neotemplararia reservada a los masones: la Orden Real de Carlos XIII de Suecia59. Por su parte, Gérard Galtier dedica gran parte de su libro La Maçonnerie égyptienne, Rose Croix et néo-chevalerie a las órdenes de neocaballería y a las sociedades criptocatólicas y legitimistas que proliferaron en Francia desde mediados del siglo XIX hasta la belle epoque. En ellas se mezclaban, en una encrucijada de influencias espirituales de los más variopinto, la fidelidad a las antiguas tradiciones caballerescas, el integrismo católico, la moda orientalista, un catarismo redivivo y el gusto por el esoterismo y los rituales iniciáticos60. Como estoy conferenciando ante el ilustre auditorio de una asociación nobiliaria, permítanme que deje constancia de un testimonio referido a la nobleza regnícola de mi Aragón natal que ilustra perfectamente la supervivencia del imaginario caballeresco cristiano en una fecha tan alejada de la Edad Media como es 1808. Así, la Gaceta de Zaragoza, correspondiente al 24 de diciembre de dicho año, daba a conocer oficialmente la iniciativa de Don José Rebolledo de Palafox y Melzi, proclamado capitán general de Aragón al iniciarse la sublevación contra el francés, de crear un cuerpo de Caballería para combatir al invasor, denominado “Almogávares”, al que únicamente podrían pertenecer quienes pudieran acreditar previamente su linaje patricio. El periódico oficial consignaba lo siguiente: “A propuesta de los caballeros Infanzones de este reino, el excelentísimo Sr. Capitán general de él ha mandado organizar un cuerpo de Almogávares… este cuerpo que renace para desacer (sic) todo quanto aparezca a francés, será vestido con el trage a la antigua española, y todos los nobles que con caballo, armas y vestido se presentan a este nuevo cuerpo cree S. E. que llevados del honor imitarán a aquellos caballeros de su clase antiguos, que con tanta lealtad y valor se mostraron contra los sarracenos…”61 El duelo como medio para solucionar las disputas es otra de las muchas manifestaciones sociales en las que puede apreciarse la pervivencia de los ideales caballerescos. No deja de ser paradójico que alcanzara su madurez en el siglo de las Luces, cuando todo lo medieval se juzgaba incivilizado y que la Revolución Francesa que acabó con los derechos feudales no pudiera clausurar esta fascinante institución. El combate consensuado entre dos caballeros formó parte esencial de la educación de los jóvenes de las familias patricias europeas durante siglos y los esgrimistas compartían en las escuelas una fraternidad de respeto mutuo cuyos usos y convenciones generalmente aceptados merecieron en 1836 una codificación exhaustiva por parte del conde de Chatauvillard en su renombrado Essai sur le duel que el mundo occidental aceptó sin rechistar. La política y el periodismo serían pródigos en trifulcas en las que el honor se dirimía frecuentemente desenvainando las espadas o apuntando las pistolas hasta bien entrado el siglo XX. Nuestro marqués de Cabriñana publicó en 1900 su Lances entre Caballeros, proyecto de bases para la redacción de un Código del Honor en España. Esta obra se convirtió en la guía más respetada para la celebración de numerosos duelos, asunto en el que Cabriñana fue considerado durante mucho tiempo máxima autoridad. Víctor G. Kiernan en El duelo la historia de Europa (2002) y Richard Cohen en Blandir la espada (2003) nos han legado dos muy sugerentes y documentados relatos sobre esta extravagante manera de restablecer la razón y la justicia al margen de los jueces y las leyes humanas, sus cortesías y preludios caballerescos, que tan profunda huella ha dejado en la mentalidad europea62. El agotamiento del Antiguo Régimen provocará el eclipse del estamento nobiliario, base fundamental tanto de las órdenes monástico-militares como de las órdenes capitulares. Las revoluciones liberales atestaron un golpe mortal a las propiedades y archivos de aquellas que habían logrado sobrevivir, transformándolas en una caricatura de lo que fueron. En su lugar surgirán las modernas órdenes de mérito, instituciones cuyo acceso se basa solamente en las virtudes personales –y no en la sangre–, única vía reconocida de promoción y distinción premial en las sociedades igualitarias y democráticas. La ideología caballeresca será abducida por la ideología del nuevo estado constitucional que no hará mohínes, eso sí, a incorporar a su organigrama burocrático unas corporaciones que conservaban, siquiera atenuado, un aroma arcaizante sumamente atractivo para las nuevas élites emergentes ávidas de honores y distinciones. De hecho, la mayoría de estas órdenes de mérito, de las que en España son modelos la Real Orden de Carlos III (1771) y la Real Orden de Isabel la Católica (1815), adoptarán en un primer momento una estructura interna y unas formalidades de acceso que trataban de imitar a las viejas órdenes de caballería. La denominación de sus diferentes grados o categorías y el diseño de sus insignias y demás ornamentos proceden directamente del lenguaje iconográfico y emblemático propio de la cultura caballeresca medieval y así ha llegado plenamente vigente en nuestros días63. En la Guía Oficial de España correspondiente al año 1930, última en ser editada antes del advenimiento de la II República, figuraban las siguientes corporaciones caballerescas, por este orden de prelación: el Real Cuerpo Colegiado de Caballeros Hijosdalgo de la Nobleza de Madrid (1782), las Reales Maestranzas de Caballería, según su antigüedad, es decir Ronda (1572), Sevilla (1670), Granada (1686), Valencia (1690) y Zaragoza (1819), y las cuatro órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa que ya hemos mencionado anteriormente. El Real Cuerpo de la Nobleza de Madrid y las Reales Maestranzas estaban incardinadas en la Secretaría de Estado y las Órdenes Militares en el Ministerio del Ejército, a través de sus correspondientes negociados. Aunque sus vínculos con el Estado ya no sean los mismos, todas ellas siguen desarrollando sus actividades en la actualidad y conservan una etiqueta caballeresca bastante parecida en sus ritos y liturgias, particularmente en las ceremonias de ingreso o de toma de manto. Puede decirse que son las últimas entidades españolas depositarias del legado de la Caballería medieval. Aunque hace mucho tiempo que los equinos fueron reemplazados por carros ligeros como medio de combate, –a comienzos de la II Guerra Mundial la caballería montada estaba ya obsoleta–, en el Arma de Caballería de casi todos los ejércitos del mundo se ha mantenido la expresión espíritu jinete para aludir a una peculiar forma de enfocar la vocación militar. Además, se conservan algunas unidades militares a caballo con cometidos ceremoniales, de escolta y rendición de honores en las guardias reales y presidenciales o republicanas en la mayoría de naciones, cuyas exhibiciones y fanfarrias suscitan siempre mucha admiración del público. En la Academia General Militar que forma a los futuros oficiales del Ejército de Tierra español se celebra todos los años una austera y entrañable ceremonia que simboliza la obtención del título de Caballero o Dama Cadete y que se formaliza en la entrega por un compañero de un curso superior de un sable como distintivo de su nueva condición de miembro de las Fuerzas Armadas. Ambos cadetes terminan fundidos en un fraternal abrazo a modo de bienvenida a la nueva profesión de las armas. La ceremonia encierra un significado mucho más profundo del aparente, pues con ella se hace sentir a los cadetes que ingresan enuna institución ancestral cuyo código de valores –plasmado en el Decálogo del Cadete– está inoculado del mismo ideal que impregnaba los antiguos deberes y oficios de la Caballería. El sable tampoco es ya un arma ofensiva según los reglamentos pero se sigue utilizando en muchos ejércitos en paradas y desfiles como signo diferenciador de la oficialidad y en algunos casos por los suboficiales, pero no por la clase de tropa. “Este detalle remite directamente al momento iniciático de la investidura de armas caballeresca, la entrada y pertenencia del caballero, ya no un simple soldado, a un modo de vida distintivo y elitista”64. El día 1 de octubre de 2012 tuve el honor de asistir, en el Patio de la Armería del Palacio Real, al acto de imposición por parte de S. M. el Rey Don Juan Carlos de la Cruz Laureada de San Fernando, como recompensa colectiva, al Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, por su heroico protagonismo en el episodio conocido como Desastre de Annual. Como no reconocer este espíritu de la Caballería que estamos tratando de describir en los acontecimientos que se produjeron el 23 de julio de 1921 cuando, al grito de ¡Viva España!, los 700 jinetes del Regimiento cargaron una decena de veces contra los rifeños ubicados en los alrededores de Melilla, con un único objetivo en la mente: proteger la retirada de los desafortunados compañeros que llegaban desde el aniquilado campamento de Annual. De no ser la bravura y arrojo exhibidos en aquella cruenta jornada, dos millares de combatientes habrían sido asesinados a sangre fría por los hombres de Abd el-Krim. La tragedia del Regimiento –un 90 por ciento de sus hombres perdió la vida ese día– sería rememorada muchos años después en una emocionante ceremonia en la que sobrevolaron sobre todos los presentes las normas del campo del honor y los valores imperecederos de la Caballería. El ethos caballeresco no fue nunca exclusivamente militar, conviviendo con otros ideales más amplios y ambiciosos. De ahí su capacidad de perpetuarse en estructuras sociales distintas a las medievales que lo habían generado. Hoy, ante la carencia de alternativas creíbles que puedan sustituir los fundamentos comunitarios que han configurado a los pueblos indoeuropeos desde hace miles de años, nos queda el recurso de volver la vista atrás para encontrar en las virtudes, no solo castrenses, de Carlos Martel, Roldán, Rodrigo Díaz de Vivar, Godofredo de Bouillón, Ricardo Corazón de León, Fernando III el Santo o San Luis de Francia, y de cuantos héroes anónimos de la Caballería histórica aupados sobre sus monturas de góticas gualdrapas encarnaron las cualidades más nobles del alma europea, un rayo de luz con el que poder orientar y dar sentido a nuestras vidas. Solo de este modo adquiere pleno sentido sostener que la Caballería cristiana como arquetipo absoluto del mundo medieval (o referente, como se dice ahora) habría logrado sobrevivir a su extinción como clase social. 
III. LA CABALLERÍA ESPIRITUAL SUFÍ 
El término árabe futuwwa o futuwwat, que la historiografía occidental ha traducido por Caballería, tiene en el Islam una dimensión espiritual, casi mística, y revela,por encima de todo,una vía de realización personal. Empezó a ser utilizado en la Persia preislámica y presentaba afinidades con la moralidad mistérica predicada por el mitraísmo. Para el islamólogo francés Henry Corbin (1903-1978), miembro activo del Círculo de Eranos, “esta palabra (futuwwat, yavânmardí) implica a la vez las ideas de juvenilitas y caballería. La palabra persa yavânmardí y su equivalente árabe futuwwat designan una forma de vida que se ha manifestado en vastas regiones de la civilización islámica, pero que, en cualquier lugar que se la encuentre, lleva siempre de forma clara la impronta shiíta irania…“65. El arabista Andrés Guijarro aclara que futuwwa se refiere a dos realidades complementarias, una exterior o visible, que opera en el plano social, –las organizaciones de jóvenes practicantes de artes marciales o ligadas a los gremios y ciertos oficios surgidas en torno al siglo IX en la zona de Irán y Oriente Medio, hermandades que se manifestarán, según las épocas, de distintas formas–, y otra interna y más profunda que es una disciplina iniciática cuyos principios acabaron siendo asumidos por el sufismo y su código ético66, de tal suerte que no faltan estudiosos que afirmanque el sufismo se funda sobre las bases conjuntas del Islam y laCaballería67. Dentro del sufismo, la idea de nobleza se proyecta principalmente a través de un estilo de vida y comportamiento. “La Futuwwah o Yavânmardî es una suerte de caballería espiritual, de yihâd mayor: un combate, no con las armas en la mano, sino un combate interior para conformarse a un modelo de vida, para perfeccionarse y trabajar a favor del florecimiento de fuerzas espirituales interiores, para convertirse en un “caballero del alma”, un “caballero de la fe”, libre de todas las pasiones y lujurias, y de todas las debilidades y tinieblas del alma”68. De este modo, el concepto de futuwwa alude a las cualidades de virilidad y grandeza de corazón de aquellos jóvenes que se ponían al servicio del Islam en caso de incursiones y cabalgadas sobre su territorio (cruzados, mongoles, etc.) y que combatían la disidencia interna (jariyíes, cármatas, nizaríes y otras sectas guerreras) en defensa de la ortodoxia. Un hadîz atribuido al profeta Mahoma reza así: “He sido enviado para perfeccionar la excelencia (o la nobleza) de los caracteres”. Hallamos aquí, según Carles Gómez Bárcena, –director del Instituto de Estudios Sufíes de Barcelona, que se hace llamar Halil Bárcena–, el imperativo moral y normativo de la futuwwa o caballería espiritual: “Es justamente la asunción del espíritu de la futuwwa, la antigua caballería espiritual sufí, que no es sino el fundamento ético del sufismo, lo que le inmuniza al místico sufí frente al quietismo escapista y el diletantismo hedonista. En tanto que caballero espiritual de la fe (fatà), el sufí encarna las virtudes de nobleza y compasión, coraje y devoción, humildad y abnegación, propias de la caballería” 69. Por su parte, uno de los maestros contemporáneos del sufismo, el doctor Javad Nurbakhsh (1926-2008), en un capítulo de su libro En el camino sufí, titulado “El sufismo y la Caballería”, escribe:“En el Oriente Medio previo al Islam, la tradición de la caballería (ŷawānmardi) había educado a personas a quienes se les conocía como ŷawānmardān. La tradición de la caballería estaba fundada sobre los valores de la generosidad, el altruismo, el sacrificio, el auxilio a los oprimidos y desamparados, la compasión hacia las criaturas, el mantenimiento de la palabra dada y, finalmente, la humildad; cualidades que, más tarde, en el sufismo, se convirtieron en las virtudes de los hombres perfectos. Además de estos nobles atributos, propios de un ser humano digno de tal nombre, los ŷawānmardān estaban comprometidos con un código ético y unas costumbres que representaban el propósito de la caballería”70. Existen diferentes escuelas (turuq, pl. de tariqa) en el sufismo, algunas de las cuales han aparecido y desaparecido a lo largo de los siglos. En la actualidad subsisten unas cincuenta. Se organizaban comúnmente alrededor de un maestro espiritual, llamado murshid, al que se vinculan los discípulos (derviches) que solían llevar una vida errante y solitaria. Frecuentemente estaban ligadas a santones locales cuyas tumbas veneraban. Su cercanía a la religiosidad popular no fue nunca bien vista por el islam oficial. En ocasiones, los diferentes turuq se han organizado como comunidades independientes: los famosos jānaqāh del Imperio Otomano, llamados también zagüías en árabe o rabita (en singular ribat) en la España musulmana y en África del Norte, una especie de grupos paramilitares que alternaban la vida de oración con la vigilancia fronteriza. Las tradiciones de la mística sufí fueron adoptadas por algunos sultanes selyúcidas (1037-1194) y mamelucos (1250-1517), en cuyos ejércitos destacaron los cuerpos montados integrados por soldados esclavos de origen caucásico y turco. Siglos después, descendientes de estos guerreros formarían parte del ejército napoleónico, integrando un escuadrón adscrito a los cazadores a caballo de la Guardia Imperial. La voz futuwwa ha designado también a las brigadas camorristas que hacían respetar, a menudo mediante exacciones, el orden religioso y moral en los suburbios de las ciudades. En la República Islámica del Irán se mantiene una institución vinculada a la futuwwa: las “casas de fuerza” (en persa zorjaneh). Se trata de un centenar de clubes atléticos en los que perdura el espíritu fraterno medieval a través de destrezas acrobáticas y competiciones de lucha persa tradicional, celebradas en palestras circulares y cubiertas71. La continuidad de la tradición de la caballería de la Persia pre-islámica (yavânmardí) en el seno de Islam a través del sufismo (futuwwa) se ha pretendido prolongar, por medio de la Caballería medieval cristiana, al ámbito europeo. En El arte del islamTitusBurckhardt (1908-1984) afirma que “el encuentro entre lo nómada y la caballería es especialmente notable en el arte selyúcida, cosa que no debe extrañar, y en menor medida en el mameluco. Por otra parte, tanto selyúcidas como mamelucos tenían contactos con los cruzados (con frecuencia hostiles, pero a veces amistosos), y a través de ellos muchos elementos de la caballería musulmana pasaron a los pueblos cristianos del occidente. La caballería en cuanto sendero espiritual es naturalmente inherente al islam; del cristianismo se desprende sólo de forma indirecta”. En otro pasaje abunda en esta idea: “el islam medieval reconoció las órdenes de caballería, incluso antes de que órdenes análogas se establecieran en el mundo de la cristiandad, ya que la ley coránica de la guerra santa [yihâd] proporciona el marco de la actividad espiritual que pone el acento en el heroísmo, la nobleza del alma y la abnegación; el vocablo Futuwwah, que define a estas órdenes, implica todas aquellas cualidades determinantes”72. Los autores que defienden la ascendencia de la Caballería islámica sobre la europea rastrean algunas pistas que conducen hasta los contactos que hubo entre cristianos y musulmanes durante el período medieval en Bizancio, Tierra Santa, Sicilia y, principalmente, España. Son conocidas las tesis de que el pensamiento musulmán influyó en Ramon Llull y su Libro de la orden de caballería, –sobre todo la vía sufí, a tal punto que Miguel Asín Palacios (1871-1944) lo llamó el “sufí cristianizado” 73–, así como en Miguel de Cervantes, quien habría redactado El Quijote inspirado en sus convicciones criptomusulmanas adquiridas durante su cautiverio en Argel74. También la de Américo Castro (1885-1972) de que las órdenes militares “serían ininteligibles sin el modelo oriental”75. Otros argumentarios invocan diversos tratados doctrinales y didácticos, como el escrito en dos tomos por el granadino Ibn Hudhayl(vivió en la segunda mitad del siglo XIV). En el primer libro aborda el arte militar de la guerra y en el segundo, que lleva por título Kitab hilyat al-fursán wa-siar al-suwan, traducido por la profesora María Jesús Viguera Molíns como Gala de caballeros, blasón de paladines (Editora Nacional, Madrid, 1975), la doma y cuidados del caballo. Este planteamiento, que implica admitir que la Caballería árabe es varios siglos anterior a la europea, y que la tradición de ŷawānmardi, como escribe G. Schmidt en su obra The influence of the Islamic world on European civilization, “fue la más importante contribución de Persia a la civilización europea”, no se sostiene76. Lo cierto es que la futuwwa o yavânmardî puede considerarse una senda devocional o camino de perfección, una ideología si se quiere, emanada del islam profundo, pero no una institución similar a la Caballería europea. Las diferencias entre una y otra son muy apreciables, sobre todo porque la Caballería espiritual sufí tiene inequívocas connotaciones de experiencia privada y personal y no dice apenas nada de sus actividades políticas y militares. El término Caballería aludiría en el islam a la aspiración de alcanzar los estados del alma que jalonan la vía que conduce al Uno y sería, fundamentalmente, una vivencia subjetiva del fenómeno religioso, mientras que en el ámbito europeo, además de significar un sólido compromiso espiritual, remite a una élite militar que implicaba una cualificación específica y un estatus social en la que la condición nobiliaria tuvo una posición central. Lo ha descrito muy claramente el arabista argentino Ricardo H. S. Elía: “En el islam, el término árabe ‘Futuwwah’, que la historiografía occidental ha traducido por ‘caballería’, estaba dotado de una subyacente dimensión religiosa, y aún mística, y revelaba antes que nada un estado espiritual. La ‘caballería’ islámica, por consiguiente no constituía una orden como los templarios u hospitalarios, ni debe entenderse, al igual que en la Europa medieval, como una institución ligada al feudalismo, ya que no era sino una virtud característica de la ciudad o estado islámico ‘ideal’ explicado por Al-Farabî, Ibn Rushd [el Averroes de los latinos] y otros sabios musulmanes” 77. Como es sabido, los elementos guerreros, las armas y el modo de combatir fueron muy distintos en la Caballería cristiana y la islámica. Las mesnadas integradas en la Caballería europea lo hacían merced a un vínculo vasallático, ligado al feudalismo, –el caballero está subordinado y presta servicio de armas a un señor–, mientras que las musulmanas se organizaban tribalmente y estaban mandadas por el jeque correspondiente. Y, al menos en el plano teórico, la cultura Islámica no puede admitir la existenciade ungrupo privilegiado que avocaba para sí el controlde las armas y cuya misión era defender al pueblo y la religióncristiana.No se puede hablar en el mundo Islámico de un estamento social equiparable a la nobleza cristiana europea, puesto que únicamente acepta una diferenciaciónsocial por razón de nacimiento: la de los linajes quepueden entroncar conuno de los doce imanes descendientes de Mahoma. En el caso de las órdenes caballerescas, la posesión de un cuerpo de estatutos y la dignidad que se adquiría tras formalizar la ceremonia de investidura, dos de sus principales rasgos definitorios, reforzaban aún más si cabe su encuadre institucional y su integración en las estructuras del naciente estado moderno. El propio Titus Burckhardt admite que “puede ser que fuera precisamente este carácter más generalizado de la caballería en el Islam la causa de que allí, dentro del marco de la cultura islámica, no haya adoptado nunca un estilo tan pronunciado y exclusivo, como lo desarrolló la caballería cristianoeuropea con su heráldica, sus torneos y sus cortes de amor” 78. La condición de musulmán de Burckhardt se refleja en sus presupuestos y valoraciones, que han merecido oportuna réplica por parte de Jesús M. Sáez en su tesis doctoral Análisis crítico de La civilización hispano-árabe de Titus Burckhardt (2009): “La afirmación de que la caballería medieval cristiana tiene su fuente en alAndalus carece de pruebas históricas sólidas y se funda en discutibles generalizaciones, tales como que el islam ha espiritualizado la guerra, el florecimiento temprano de la vida caballeresca en al-Andalus y la existencia de «caballeros del desierto» de Arabia”79. 
La mayoría de los cronistas medievales tuvieron absolutamente claro que el factor movilizador más importante para la guerra en aquellos convulsos siglos fue el de las profundas divergencias religiosas que existían entre cristianos y musulmanes. Se trata de dos creencias antagónicas, histórica y políticamente. Los tratados que he mencionado de Ibn Hudail y Husayn Kashifi son un mero manual de hipología y un ensayo de psicología profunda, respectivamente. Otros textos espirituales de grandes maestros sufíes frecuentemente citados como Al Sulami (932-1021),Ibn ‘Arabi (1165-1240) o Husayn Kashifi(m. 1504 d. C.) conciben la futuwwa únicamente como un instrumento de educación y de iniciación espiritual capaz de movilizar a sus congéneres hacia los valores delIslam80. El modelo del combatiente, Kitāb qidwat al-gāzī, de Ibn Abī Zamanīn (936-1008), una de las pocas obras jurídicas que nos ha llegado sobre la guerra santa, expone el concepto y normativa de la ŷihād, cuya observancia es obligatoria y determinante de la licitud o ilicitud de los actos de quienes participan en ella, y establece como ha de repartirse el botín, pero no dice nada sobre la Caballería como corporación ni de sus ritos y requisitos tan esenciales. Todo el texto gira en torno a la conciencia individual y el perfeccionamiento de la vida interior del combatiente. El compromiso en la futuwwa es, por tanto, con uno mismo, la acción perfecta que transforma anímicamente a una persona y el modelo por excelencia del tipo de realización espiritual a imitar que propone es el profeta Mahoma81. El monacato cristiano primitivo floreció en Egipto, Palestina y Siria, extendiéndose luego por el área oriental del Imperio Romano y después, a través de Atanasio y San Agustín, hacia Roma y la Galia. Había existido anteriormente entre los budistas. También sería un modo de vida espiritual influyente en la India, China, Tibet y Japón. Ahora bien, no existe el monacato en el sufismo ni está permitido –esto es muy relevante– por el islam. Esta es una de las razones que explica que la Caballería espiritual sufí no tenga cuerpo doctrinal que la sustente. Me parece sumamente revelador que La Introducción a la historia universal, en árabe Al-Muqaddima, primer tratado metódico de Filosofía de la Historia escrito en el mundo, redactado en 1377 por el historiador de origen andalusí Ibn Jaldún valiéndose de todas las fuentes de la época, a pesar de la extraordinaria relevancia que concede a las ideas e instituciones socio-políticas musulmanas, no dedique ni una sola línea a la Caballería islámica como ordo o estamento. Tampoco como modalidad guerrera o de combate ni como fraternidad mística y eso que un amplio apartado de la obra está reservado a “La ciencia del sufismo”82. Todo parece indicar que la ecuación Caballería espiritual igual a futuwwa es un constructo salido de la luminosa mente de Henry Corbin –coherente con el legado gnóstico y neoplatónicodel que fue un aventajado adepto–para designar la idea de un “servicio divino”, cuyo objetivo es propiciar un encuentro “personal” con Dios83. La equiparación ha hecho fortuna y la mayoría de los traductores de textos sufíes trasponen libremente futuwwa por Caballería espiritual. En suma, poco que ver la futuwwa, al menos en los aspectos exteriores o visibles señalados por Andrés Guijarro, con el ordo equestris estamental y cristiano que “venía a indicar el código y la cultura de un estado militar que consideraba la guerra como una profesiónhereditaria” 84. Dando un paso más allá, algunos eruditos han vinculado directamente esta cuestionable noción de la Caballería islámica con las órdenes militares cristianas. Es la tesis que defienden importantes maestros de la llamada Sophia perennis. Para René Guénon (1886-1951) “son precisamente las órdenes de Caballería y son ellas las que formaron, en la Edad Media, el verdadero lazo intelectual entre Oriente y Occidente” 85. La fraternidad transhistórica de los gnósticos de las dos religiones, unidos a través del tiempo y el espacio en una misma búsqueda espiritual, común sustrato que constituiría la esencia primigenia de unos guardianes del Centro Supremo, habría conectado a los caballeros de las órdenes militares europeas con ciertas cofradías esotéricas que se desenvolvían en el ámbito del sufismo, como la orden ismaelita de los assacis o asesinos86. Este papel lo habrían desempeñado de modo particular la Orden del Temple y los rosacruces, una supuesta hermandad secreta creada a principios del siglo XV por un enigmático Christian Rosenkreuz tras sus contactos con sabios árabes enOriente. Paul Jouveau du Breuil (1932-1991), especialista en historia de las religiones, tampoco tiene dudas al respecto. Encuentra las mismas virtudes caballerescas entre los aqueménidas y los sasánidas, todas inspiradas en el zoroastrismo: protección de la fe, defensa de los débiles, caridad con los pobres, lucha por la justicia, triunfo del bien sobre el mal.No cree en la aparición inesperada entre los francos de tal ideal bajo la única influencia de la Iglesia Católica. Fue el contacto durante las Cruzadas con la caballería árabe-persa y la herencia jainista de la antigua India lo que, según él, permitió que la Caballería céltico cristiana se convirtiera en lo que tan fielmente retratarían luego los cantares de gesta87. Planteamientos de este tipo han llevado a Luce López-Baralt a afirmar que “las órdenes militares (Calatrava, Santiago, Alcántara) parten del concepto religioso musulmán que une al asceta místico y al guerrero”88. Si pensamos que uno de los factores determinantes de la configuración de la Europa medieval fue precisamente la resistencia de sus pueblos a ser islamizados, algo que llevaron a la práctica con las armas en la mano, habremos de convenir que la opinión de la profesora puertorriqueña, y otras similares, están bastante desnortadas y son producto de la ensoñación edulcorada y simplista de cierto canon cultural que se ha propuesto transformar la tensión histórica España-Islam en un idílico y candoroso panorama de tolerancia y afable concordia que nunca existió. Pese a quien pese, las órdenes militares fueron un cuerpo de choque contra los enemigos de Cristo. Ya en su día el padre Ricardo García Villoslada (1900-1991) sostuvo que el influjo del islam en las órdenes de Caballería “nadie lo ha demostrado todavía, si bien podrán admitirse ciertas imitaciones y dependencias cristianas en rasgos accidentales”89. Como ha señalado oportunamente el profesor Javier Alvarado, “no había nada más alejado a los centros o cofradías iniciáticas musulmanas que el espíritu de cruzada cristiano” 90. En resumen, es en la sociedad europea donde deben buscarse las raíces de las órdenes de caballería. Tratar de hallar fuera del cristianismo su modelo inspirador, concretamente en las rábitas musulmanas, equivale a dejarnos conducir por un rastro equivocado91. Dicho esto, el hecho de que la denominada Caballería islámica no constituyera un ordo como lo fueron, por ejemplo, templarios u hospitalarios, no quiere decir que la religión islámica no propiciara tambiénen determinados casos y circunstancias la difusión de unos ideales que podríamos llamar caballerescos a través, principalmente,de la escuela sufí. En este sentido, y solo en este, puede admitirse que nos encontramos con un ideal de caballería con puntos en común que remite a la excelenciadel comportamiento y al heroísmo espiritual de unos militi abnegados y valerosos. Volveremos sobre este asunto más adelante. 
IV. LOS CABALLEROS DE LA TIERRA DEL SOL NACIENTE 
Mayores semejanzas que con el Islam podemos hallar entre los guerreros japoneses –los bushi o samuráis– y los caballeros de las órdenes militares europeas. “Samurái en Oriente, Caballero en Occidente, son idénticos”, afirma el investigador y experto en artes marciales, Carmelo H. Ríos92. Aunque afirmación tan rotunda debiera matizarse, no pueden ocultarse las notables afinidades existentes entre la Caballería feudal europea y la japonesa. Dos grandes escritores japoneses, Inazo Nitobe y Yukio Mishima, han sabido desentrañar como nadie las claves del Bushido, – bushi significa guerrero y do camino–, el código no escrito de las virtudes y estilo de comportarse que los samuráis estaban obligados a observar y de los principios morales y estéticos que regían su vida cotidiana. Y ambos los han hecho, como enseguida veremos, reinterpretándolo a la luz de la modernidad y sirviéndose de unos medios facilitados por ésta, tratando de hacer comprensible el alma japonesa, tan impenetrable en muchos aspectos, a los lectores occidentales. Inazo Nitobe (1862-1933)fue un intelectual viajero y cosmopolita. Nació en un clan de samuráis, abrazó la fe cristiana y fue representante de Japón en la Liga de las Naciones, cofundador del germen de la UNESCO y promotor del esperanto. Ha pasado a la historia por su obra más conocidaBushidō: the soul of Japan (“Bushidō: el alma del Japón”), publicado originalmente en 1900 en inglés. El libro cosechó un gran éxito en todo el mundo y sigue reeditándose. El motivo de esta excelente acogida podemos hallarlo en que continúa ofreciendo respuestas bastante válidas sobre el porqué de la permanencia en la sociedad japonesa de tantos valores premodernos y tradicionales. El general Millán-Astray, fundador de la Legión, fue el traductor y responsable de la edición en castellano de 1941. En el preámbulo dejó constancia de lo siguiente: “En el Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas morales a los cadetes de infantería en el Alcázar de Toledo, cuando tuve el honor de ser maestro de ellos en los años 1911-1912, y también en el Bushido apoyé el credo de la Legión con su espíritu legionario de combate y muerte, de disciplina y compañerismo, de amistad, sufrimiento y dureza, de acudir al fuego. El legionario es también samurai y practica las esencias de Bushido”. Millán-Astray dio visibilidad a su labor de editor y traductor resaltando las analogías entre el legendario orgullo español y japonés y otros ideales ancestrales comunes –honor, valor y sacrificio– así como el desprecio por los bienes materiales de ambas caballerías, principios que inspirarían su Credo Legionario, doce sentencias o guías de conducta que, desde la fundación de la Legión en 1920, debe observar todo Caballero Legionario93. En 1988 la editorial barcelonesa Obelisco publicó la obra de Inazo Nitobe, utilizando, sin citarla, la edición de Millán-Astray y sin incluir su preámbulo94. Dispongo de un ejemplar en mi biblioteca, quehe utilizado para preparar esta conferencia. Nitobe se refiere de forma expresa a las similitudes entre los principios que inspiran la Caballería europea y el Bushido. Si en Europa el cristianismo colmó las ideas caballerescas de dones espirituales, en el Japón fueron el budismo y el sintoísmo los que dieron sentido a sus dos rasgos principales como pueblo: patriotismo y lealtad. Patriotismo entendido como amor a la tierra natal y respeto a la naturaleza, como veneración a los antepasados, generación a generación, y a la mansión sagrada de los dioses. Lealtad hacia el emperador –Tennō– y la propia conciencia, guiada siempre por el elevado sentimiento del cumplimiento del deber y del honor. “El Bushido es, por consiguiente, –nos dirá Nitobe– el código de los principios morales enseñado a los caballeros y que aquellos están obligados a observar”95. Los samurái, influenciados por la filosofía zen, que les confería una singular capacidad de resiliencia ante el dolor, la adversidad, la derrota o la muerte, surgieron alrededor del siglo Xcomo una guardia pretoriana al servicio de la alta nobleza y adquirieron protagonismo a finales del siglo XII, cuando se implantó un gobierno militar bajo la tutela delshōgun, que desplazaría alEmperador de Japón del primer plano político. El shogunato se basaba en vínculos de lealtad entre el shogun y los daimios o jefes de los clanes, y entre los daimios y sus samuráis, una estructura social jerarquizada muy parecida a la que se desarrolló en el feudalismo de la Europa occidental entre señores y vasallos.El liderazgo militar del país continuaría a manos de esta élite hasta 1868 en que la Restauración Meiji puso fin al shogunato y a los privilegios de la casta samurái en un contexto de profundas transformaciones económicas y sociales. Pero pese a la abolición formal del régimen feudal, el Bushido había ya impregnado la sociedad y la política del país y se mantendría como una de las claves ideológicas del estado sinto imperial que tuvo a Mutsuhito (1852-1912) como primer emperador de la monarquía constitucional y, en suma, de la identidad del pueblo japonés. El principal objetivo que perseguía la educación de un samurái, según Nitobe, era la forja del carácter, –“el trípode que soportaba la armadura del Bushido fue llamado chi, jin, yu, respectivamente; sabiduría, bondad y valor”– en donde la sabiduría no debe entenderse como intelectualidad o erudición sino como conocimiento de uno mismo, como búsqueda de la armonía y equilibrio interior; la bondad equivale a rectitud y magnanimidad para con los desamparados y el valor se identifica con la audacia y el espíritu de resistencia. A estas virtudes hay que sumar el afán de trascendencia que permite elevarse a quien lo cultiva sobre todos aquellos que temen actuar. Nuestro autorpone especial cuidado en subrayar que “un samurai era esencialmente un hombre de acción”. Por eso su aprendizaje, que comenzaba en torno a los doce o trece años, consistía fundamentalmente en entrenamiento militar –equitación, esgrima, tiro con arco y con ballesta, táctica y artes marciales–, que se completaba luego conlecciones de literatura,historia y caligrafía96. Aunque el feudalismo como noción historiográfica es una construcción europea y el periodo que podemos considerar feudal en la historia del Japón no coincide cronológicamente con el feudalismo del Viejo Continente, Nitobe admite estar “verdaderamente sorprendido de ver hasta qué punto el código de honor de la Caballería de un país coincidía con el código de otros países; en otros términos como las ideas tan desconocidas de la moral oriental son simétricas de las más nobles máximas de la literatura europea” 97. Sobre este concreto asunto se han ocupado dos recientes trabajos en España cuyos títulos hablan por sí mismos: “Feudalismo en las antípodas: comparación entre un caballero medieval europeo y un guerrero samurái” y “Chevaliers y samuráis. Comparación entre la Caballería feudal en Europa y Japón”. El profesor Antonio Rodríguez González, que firma el primero de los trabajos, destaca que el modelo feudal japonés no era muy diferente al sistema vasallático europeo y como de los samuráis “se esperaba que acudieran a la llamada del señor para participar en la guerra, aportando su caballo y sus armas, así como hombres equipados, todos dispuestos para entrar en combate. Se trata del mismo modelo y sistema como se organizaban los ejércitos feudales europeos… En ambos casos podemos comprobar que la caballería, con un origen militar bien definido, va a ser ante todo un modo de vida” 98. Estima especialmente significativo el acceso ritual a la Caballería: “al niño samurái se le entregaba una espada de madera en una ceremonia formal, rito que se repetía en la adolescencia con una espada auténtica. En el otro extremo del mundo, a una edad que variaba entre los dieciséis y los veintitrés años, el pretendiente (hasta entonces simple escudero) podía ser investido caballero en una ceremonia de connotaciones litúrgicas 99”. César Pellicer Marco es el autor del segundo artículo. Cotejando ambas caballerías, señala una cercanía “que se plasma claramente en un paralelismo cuasi calcado en lo que al auge y caída de las élites caballerescas se refiere. Lejos de ser un mero parecido superficial, hemos visto que, en los siglos XII a XIV, la fragmentación del poder causada por la debilidad de las autoridades legítimas (Papa, Emperador y reyes en Europa; Emperador y Shogún en Japón) lleva a las élites locales a engrandecer sus propios dominios, guiados por una ferviente toma de conciencia como estamento: por un lado, la aristocracia caballeresca, tan influenciada por los mitos de las Cruzadas, el Rey Arturo y el Santo Grial; y por el otro, los bushi-samurai que dejan de ser meros peones de la corte imperial, para convertirse en los nuevos dueños deldestino de Japón, ya sea sirviendo de consejeros en la camarilla del nuevo Shogún, o desde las provincias, adquiriendo tierras y creando sus propias esferas de influencias (con los títulos de gokenin y daimyo, y encastillados en sus han –“dominios feudales”– tal y como ocurría en Europa). Fascinantemente similar es también la admiración febril de estas nuevas élites por los relatos bélicos. Tanto en los romances artúricos como en los gunki monogatari podemos ver un nexo común: los protagonistas de ambos son idílicos guerreros, con una moral más o menos elevada, y cuyo coraje es fuente de inspiración para duques, condes, gokenin y samuráis” 100. Es cierto que ambas caballerías divergen en algunos importantes aspectos como el diferente enfoque dispensado a las damas y al amor cortés o, en el plano estrictamente militar, en la aplicación práctica de algunas técnicas de la guerra. Pero lo verdaderamente relevante es que las «siete virtudes» del Bushido y los principios inspiradores de la Caballería cristiana guardan un indiscutible paralelismo. Releyendo El Código del Samuray de Daidōji Yūzan (1639-1730), uno de los documentos históricos más auténticos del Bushido, y las normas que sanciona sobre el honor y la lealtad, la resistencia física, la valentía, el sentido del deber, el desapego por las mundanas banalidades, los ritos y las ceremonias y la actitud ante la muerte –“un samurai debe ante todo tener presente día y noche el hecho de que ha de morir”101– no podemos sino evocar los severos tratados doctrinales europeos que recogieron parecidos postulados, configurando un muy parecido perfil de conducta de profunda espiritualidad. Aristócratas guerreros de Oriente y de Occidente estaban animados por un idéntico espíritu caballeresco que los convirtió en símbolo idealizado para suspueblos. Me parece indudable. El libro de Inazo Nitobe fue un texto muy influyente para toda una generación de jóvenes japoneses que vivieron los turbulentos años que precedieron a la II Guerra Mundial. Entre ellos Yukio Mishima (1925-1970), posiblemente el más grande escritor japonés de todos los tiempos. Después de la contienda, en un Japón derrotado y desorientado, Mishima diseñó un proyecto a contracorriente: “revivir el viejo ideal japonés de combinar las letras y las artes marciales, el arte y la acción” 102. Para ello se impuso un estricto régimen de ejercicios físicos, se alistó brevemente en el ejército y fundó una fraternidad al estilo de las viejas órdenes militares europeas: la Tate-no-kai o Sociedad del Escudo. Desde entonces, el Bushido, la lealtad al Tennō y el ejemplo de la donación y entrega de sus antepasados guiarán todos sus pasos hasta su inmolación cuando, fiel a su pretensión de vivir como un samurái, muera mediante el seppuku, el suicidio tradicional de los antiguos caballeros japoneses. La eventración ritual se produjo tras hacer un llamamiento al Ejército, sin éxito, para que abanderase una nueva vía heroica que pudiera conducir al pueblo japonés hacia la restauración del orgullo nacional y la reconciliación con sus raíces más auténticas y tradicionales. Si Nitobe concentra su visión y planteamientos sobre el Bushido en un único libro, Mishima se propuso revivir la tradición caballeresca de los samuráis a través de toda su obra literaria y, muy particularmente, como hemos dicho, de su propia vida. Isidro-Juan Palacios, sin duda el estudioso que mejor ha sabido aproximarnos a la vida de Mishima, en uno de los paratextos que redacta para la edición española de Lecciones espirituales para jóvenes samuráis nos dice: “Este libro es una pequeña joya del más famoso escritor japonés, Yukio Mishima. En él se reúnen cinco escritos esenciales para entender la vida y el pensamiento del autor, donde la belleza, la muerte y el erotismo envuelven el secular código nipón del honor. «Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis» subraya la necesidad de construir una ética viril donde tengan preponderancia el valor de la lealtad, el coraje, la educación y el respeto a los demás, el cuidado del cuerpo, el buen uso del placer o el pudor. En «La Sociedad de los Escudos» explica el origen e ideario del Tate NoKai, una asociación de jóvenes universitarios samuráis al servicio del emperador, creada por el propio Mishima, cuyo objetivo era recuperar «la llama perdida del espíritu de los guerreros».O la «Proclama del 25 de noviembre», el testamento que legó a la humanidad aquella luminosa mañana de noviembre en que se quitó la vida por el ritual sepukku. Un valioso testimonio para descubrir el complejo e inmortal códigosamurái”103. Pero quizás sea el ensayo de Mishima Hagukure no nyumon, publicado en 1968 y traducido en español como La ética del samurái en el Japón moderno, el que refleje mejor su compromiso con los ideales de la Caballería. En él se glosan frases y extractos de Hagakure, un clásico breviario sobre samuráis, inspirado en el Bushido, compuesto siguiendo los dictados de Yosho Yamamoto (1659-1719), recopilados después de que se hiciera monje budista con el nombre religioso de Jocho. Según revela Mishima en las primeras páginas, Hagakure fue desde edad temprana uno de sus libros de cabecera: “Las personas que no han leído atentamente Hagakure, excepto la famosa frase de «Descubrí que el Camino del Samurái es la muerte», tienen la imagen de un libro abominable y de fanáticos. No entienden que tal frase es en sí misma una paradoja y que simboliza todo el libro. En las palabras de esa oración halle la energía que necesitaba para vivir” 104. La fascinación por el ideario del guerrero y la estética de la muerte fue constante en toda su vida. Mishima dejará escrito: “La profesión del samurái es la muerte. Por muy pacíficos que sean los tiempos en que le toca vivir, la muerte es el principio de sus actos. Tanto es así que, en el momento en que el samurái sienta temor a la muerte y trate de evitarla, deja de ser samurái… En nuestra época, sin embargo, por lo menos en este Japón sometido a una constitución pacifista como la que tenemos, es fácil ver que no hay nadie que considere la muerte como objetivo profesional, ni siquiera los miembros de las Fuerzas Armadas de Autodefensa Nacional” 105. Palacios ha publicado recientemente Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái, una biografía definitiva de quien, suministrando un modelo moral a su pueblo, se propuso exaltar las tradiciones marciales de Japón. Les recomiendo su lectura, les encantará106. La influencia del Bushido es todavía perceptible en Japón. Resulta comprensible, pues durante siglos penetró ampliamente en las clases populares adquiriendo, en cierto modo, el carácter de moral nacional. La sociedad japonesa sigue siendo en algunos aspectos una sociedad sacra, a cuya cabeza se sitúa el Tennō, palabra que, en realidad, no admite traducción. El suicidio, entendido como una noble tradición y expiación del deshonor, todavía tiene alguna resonancia religiosa entre la sociedad japonesa contemporánea. La cortesía y la exquisita educación del pueblo nipón, el peculiar lenguaje de los regalos y del saludo, –legado de los modales cortesanos de la Caballería, Miyabi– sobreviven en muchos aspectos de las relaciones interpersonales. La importancia que los japoneses otorgan a los rituales y el protocolo, la corrección en el trato con los demás y las buenas maneras resultan mundialmente conocidas. También la autoexigencia ética que se aplican en sus vidas la mayor parte de los legisladores y hombres públicos. Hay que admitir, no obstante, que las virtudes asociadas a estos patrones de comportamiento se están desvaneciendo a pasos agigantados en las últimas décadas ante la brutal ofensiva neoliberal incentivadapor Occidente que ha traído consigo la inmersión forzada de la nación en un proceso de globalización que sobrepasa la esfera puramente económica, impactando de lleno en la identidad cultural japonesa. Pese a ello, hay quienes siguen apreciando en el desarraigado mundo de los negocios y de las transacciones mercantiles actitudes y conductas atávicas de pertenencia y solidaridad que necesariamente proceden de la ética samurái. Es lo que llaman Bushido empresarial. Según esta teoría, principios como la responsabilidad social corporativa, la lealtadorganizacional, el liderazgo o el compromiso de los empleados con la empresa y de la empresa con los empleados traerían su inspiración directa en el Bushido, evidenciando que el Bushido, igual que vimos con la Caballería cristiana, no desaparece solo se transforma107.“El Japón intelectual y moral fue directa o indirectamente la obra de la Caballería”, afirmó en su día Nitobe108. ¿Podría decir hoy lo mismo? 
V. SINTESIS DE TODOS ESTOS ANTECEDENTES: LA CABALLERÍA COMO ARQUETIPO
Cristiana, islámica y japonesa, ¿tres o más Caballerías? ¿o es una sola? Según la tesis del monomito elaborada por el profesor estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) existe un único patrón subyacente en todos los grandes relatos de la Humanidad y también, por tanto, en el arquetipo heroico del caballero. Símbolo intemporal y duradero, aventurero de su propia existencia, combate por muy variadas causas terrenales pero sobre todo por conquistar, en su permanente peregrinaje hacia la Luz Divina, la auténtica libertad interior. Víctor Emile Michelet (1861- 1938), poeta esotérico y un poco desubicado, iniciado en la orden martinista, censura la costumbre de percibir al caballero como un fenómeno exclusivo de tiempos pretéritos ceñidos al ámbito europeo: “Estamos acostumbrados a considerar al caballero como a una criatura de la Edad Media. Ampliemos nuestros horizontes, él ha existido en cualquier tiempo, en todas las naciones nobles. El Caballero de Galia, educado en el santuario druídico; el Kchatrya de la India, instruido por un Gurú bramánico; el Aquiles homérico, iniciado por el centauro Quirón; o Rostem del Shah-Namèh. El mundo se ha visto en todas partes bajo distintas armaduras. Siempre debe sufrir las mismas pruebas antes de conquistar su título” 109. En apoyo de este planteamiento ecuménico, se erige la egregia figura de San Jorge, santo oriental por excelencia, sobre cuya vida –parece que nació en Capadocia, Turquía central, en torno al año 270– no existen demasiados datos. Según Francisco Marco Simón, “las más antiguas versiones que poseemos sobre la leyenda de San Jorge reflejan un sincretismo, que se remonta a la época helenística, en el que se mezclan elementos iranios y judíos”110. Se le representa siempre sobre un caballo blanco e indisociablemente unido a una bestia, el dragón, un ser temible y maléfico, celoso guardián de tesoros ocultos, según la cultura cristiana, y un emblema de la nobleza y del poder divino en las concepciones religiosas chinas y el budismo indotibetano. Las evidencias más remotas al culto de San Jorge se encuentran en el área caucásica y sirio-palestina. En Rusia y Georgia (a la que da nombre) forma parte de las señas de identidad nacionales. Siempre me han conmovido los retratos de los generales rusos blancos Piotr Wrangel y RomanUngern von Sternberg, que combatieron con valor y patriotismo al frente de sus divisiones de caballería contra el bolchevismo en pos del sueño euroasiático, luciendo en el pecho la cruz de la orden imperial de San Jorge. En la leyenda de San Jorge, erguido sobre los estribos, en la misma postura del picador, encontramos dos elementos del mito indoeuropeo: la victoria sobre el dragón y el sacrificio del toro, cuya sangre derramada aseguraba la salvación de las almas de los iniciados. Otros autores han puesto de relieve su relación con los misterios de Mitra y la temprana devoción que le profesaron los coptos, así como el alto número de lugares de culto musulmán a él dedicados. En toda Palestina y los países de Oriente, San Jorge es conocido como Al-Khader (aquel que es verde y da la vida) quien se aparece para prestar ayuda en momentos de peligro y tribulaciones. El Corán se refiere al-Khader como “uno de nuestros servidores” y en Palestina se encuentra la población del mismo nombre en donde, según la tradición local, San Jorge fue encarcelado, conservándose en un monasterio ortodoxo dedicado al santo las cadenas que lo sujetaban convertidas en reliquias con un poder curativo111. Mientras que Occidente marca su día el 23 de abril, en Medio Oriente se celebra el 6 de mayo, de acuerdo al calendario más antiguo que rige a las iglesias orientales. En cualquier caso, no puede ignorarse que San Jorge es la imagen flameante del cristianismo militante y las elites ecuestres. Su patronazgo en la Corona de Aragón proviene de la leyenda según la cual en la Batalla de Alcoraz, del año 1096, las tropas del rey Sancho Ramírez consiguen vencer a la morisma gracias a su aparición milagrosa. Como miles Christi, San Jorge se convirtió en el valedor de los cruzados en la conquista de Jerusalén y de algunas órdenes religiosas militares, como la Teutónica o los templarios. Su proyección en el mundo cristiano se consolidó a partir de la Leyenda áurea del arzobispo de Génova Jacobo de la Vorágine112. Hoy en día extiende su manto protector sobre naciones y territorios tan distantes como Rusia y Georgia, ya lo he apuntado, Inglaterra, Alemania, Francia, Hungría, Italia, Ucrania, Bielorrusia, Malta, Montenegro, Argentina, Colombia, Uruguay, Etiopia, Brasil, México y Portugal y, dentro de España, Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana, Castilla León, Extremadura, La Rioja, Castilla La Mancha y Asturias. Pero, por encima de todo, es el patrón de las órdenes cristianas de Caballería, en cuya iconografía aparece con frecuencia acompañado de un dragón vencido en cuyas humeantes fauces ensarta la punta de su lanza, y presta además su nombre a algunas de las más importantes condecoraciones europeas. Si bien la figura del caballero tiene un molde universal no podemos abstraerlo de su realidad tangible y de un contexto cultural determinado. O dicho de otro modo, es verdad que el caballero como arquetipo y patrón de conducta tiene un atractivo subyacente que no está ligado a ninguna institución en exclusiva ni a ningún espacio geográfico concreto y que podemos encontrarlo en muchas culturas. Pero en mi opinión la Caballería medieval cristiana contiene una mitología completa en sí misma, con una disciplina, valores y orden social propios, sin necesidad de valerse de las caballerías islámica y samurái u otras. Además, ha de tenerse en cuenta que los caballeros no fueron meros personajes de novela, sino que existieron en la realidad histórica. Otra cosa es el proceso de idealización de la Caballería a través de la tratadística y la literatura. Algunos estudiosos han insistido en que el modelo del Caballero existe no sólo como una realidad social, sino también a partir de la teorización de esta realidad mediante los pertinentes requerimientos culturales e ideológicos. Las reflexiones del eminente sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002) sobre lo que llama “ritos de institución” que legitiman determinados estatus y discursos resultan muy pertinentes a esta cuestión. Los ritos consagran, legitiman o sancionan los límites del orden mental e ideológico en el que se desenvuelve un determinado grupo social, asignando a sus miembros determinadas esencias y competencias, con arreglo a las cuales deberán actuar y comportarse en el futuro. Así, “la investidura (del caballero, del diputado, del presidente de la República, etc.) consiste en sancionar y santificar, haciéndola conocer y reconocer, una diferencia (preexistente o no), en hacerla existir en tanto que diferencia social, conocida y reconocida por el agente investido y por los demás”113. Esta investidura sólo puede tener éxito si se trata de un acto garantizado por una institución que posea el carisma de fons honorum, en este caso la Corona, la Iglesia o los grandes señores feudales. Además, debe cumplir otros dos requisitos: ha de practicarse bajo ciertas condiciones que Bourdieu califica de “litúrgicas”(y define como “conjunto de prescripciones que rigen la forma de la manifestación pública de autoridad -la etiqueta de las ceremonias, el código de los gestos, y la ordenación oficial de los ritos…”114) y se materializa en una cuidada coreografía y en símbolos tales como la espada, los mantos y uniformes, los escudos heráldicos, los tratamientos honoríficos, las cruces e insignias caballerescas y otros atributos de intenso valor icónico y sentimental. En opinión de Bourdieu, la investidura o institución ejerce una eficacia simbólica completamente real que la ciencia social no puede ignorar, en tanto que transforma por completo a la persona consagrada. En primer lugar, porque modifica la imagen que de ella tienen los demás y, sobre todo, los comportamientos que adoptan con respecto a ella (siendo el más evidente de estos cambios el hecho de que se le otorgue tratamiento de respeto); y, luego, porque modifica, al mismo tiempo, la imagen que la persona investida tiene de sí misma y los comportamientos que se cree obligada a adoptar para estar a la altura de su nuevo estatus. “El verdadero milagro que producen los actos de institución radica sin ninguna duda en el hecho de que consiguen hacer creer a los individuos que son consagrados que su existencia está justificada, que su existencia sirve para algo”, nos instruye Bourdieu115. Este planteamiento es plenamente aplicable al mundo de la Caballería y resuelve las dudas y contradicciones entre la Caballería Histórica o real y la Caballería como tópico mítico y poético, la Caballería Legendaria y la Caballería Literaria que distinguía Michelet, sin necesidad que ninguna de ellas prefigure a las demás116. Las tesis sincretistas de la Caballería se han visto reforzadas por las críticas, desde posiciones tradicionales, a la creciente secularización de Europa y a la occidentalización del mundo islámico y de las culturas asiáticas, y por la consiguiente propuesta de una Caballería espiritual convergente y única como respuesta a la caótica situación engendrada por la distopía de la modernidad. Así, el filósofo francés Roger Garaudy (1913-2012) sostiene que “Estamos en vías de vivir una verdadera «guerra de religión». No entre los cristianos y los musulmanes, ni entre los creyentes y los no-creyentes, sino entre todos los hombres de fe, es decir aquellos que creen que la vida tiene un sentido y que ellos son responsables de descubrirlo y realizarlo, y esta otra religión sórdida, el monoteísmo del mercado, que priva de sentido a toda vida y que nos conduce, quebrando el mundo, hacia un suicidio planetario”117. Soy bastante escéptico sobre el diálogo interreligioso e intercultural, particularmente con el Islam, pese a que algunos hayan señalado a Ramón Llull, exaltado misionero de la Caballería, como pionero en estos menesteres. Tratar de erradicar con generosas dosis de buenismo y benevolencia patologías sociales tan graves como la masiva inmigración procedente de los países árabes o el terrorismo islamista me parece una quimera. No cabe a estas alturas ignorar que la islamización de Europa forma parte del proyecto de aniquilación de nuestra identidad colectiva. Se dirá que el Islam no es un bloque sin fisuras, pero lo cierto es que estas violentas irrupciones en la cultura del Viejo Continente tienen como último objetivo desequilibrar el peso de la balanza del cristianismo en favor del islamismo. Y para ello sus animosos promotores cuentan con el mejor de los aliados: el indiferentismo hacia la religión cristiana y hacia las tradiciones culturales propias de buena parte de los ciudadanos europeos, en especial los jóvenes, cada vez más aculturizados y desarraigados. La globalización y la islamización se realimentan recíprocamente 118. 
VI. LA CABALLERÍA HOY: LA TENTACIÓN DEL CEREMONIALISMO, LA AUTORREFERENCIALIDAD Y LA BISUTERÍA
Es propio de los mitos perpetuar valores espirituales y alumbrar periódicamente brotes de renovación de las instituciones que antaño fueron pujantes y poderosas. Hoy por hoy, la restauración de un modo de ser anclado en la tradición caballeresca es a corto plazo prácticamente imposible, pero quienes creemos en las órdenes militares contemporáneas como una vía de realización interior, como un medio que puede descubrirnos el plan de Dios para la salvación, estamos obligados a no capitular frente a la adversidad. No se trata tanto de luchar por una victoria política como de conseguir la realización plena de uno mismo, para tratar de transformar luego, poco a poco, paso a paso, nuestro entorno social más próximo. La única alternativa al mundo moderno es la lucha metapolítica contra el nihilismo y el discurso de valores dominante y la creación de una nueva élite cultural que la abandere, de la que deberían formar parte, por derecho propio, las órdenes militares y las corporaciones nobiliarias a las que muchos de nosotros pertenecemos. Una élite integrada por pequeños núcleos de resistencia frente al homo festivus como modelo de vida, entretenimiento y consumo, por comunidades observantes que, como los monasterios medievales, pongan a salvo una civilización que desaparece y cuyo último fin sea la restauración de la civitas Dei. Un espacio inconformista de resistencia civil que impulse estados de opinión y análisis donde se pueda debatir con libertad. Algo semejante a las pequeñas comunidades monacales creadas en su día por San Benito de Nursia, tan importantes para la cristianización de una Europa acechada por la barbarie, que el escritor norteamericano Rod Dreher ha propuesto recrear en su polémico ensayo La opción benedictina (2017). En ellas, como los caballeros medievales, podríamos fácilmente reconocernos y con una sonrisa cómplice darnos calor unos a otros en el duro invierno que se avecina y la lenta extinción que nos aguarda a todos. No debe desalentarnos que este empeño sea forzosamente minoritario. Ya en 1969 el entonces padre Joseph Ratzinger acertó al describir la Iglesia del siglo XXI y predijo que el renacimiento espiritual será obra de una minoría escogida: “Pronto tendremos sacerdotes reducidos al papel de trabajadores sociales y el mensaje de fe reducido a una visión política. Todo parecerá perdido, pero en el momento oportuno, precisamente en la fase más dramática de la crisis, la Iglesia renacerá. Será más pequeño, más pobre, casi en catacumba, pero también más santo. Porque ya no será la Iglesia de los que buscan agradar al mundo, sino la Iglesia de los fieles a Dios y su ley eterna. El renacimiento será obra de un pequeño remanente, aparentemente insignificante pero indomable, pasando por un proceso de purificación. Porque así es como obra Dios. Contra el mal, un pequeño rebaño resiste.” Por cierto, en alguno de sus apuntes íntimos san Josemaría Escrivá de Balaguer reconoce que tuvo en mente poner en marcha una especie de orden militar en medio del mundo. El ideal de caballería noble está muy presente enCamino119. Denunciada la tentación de la apatía, es necesario retomar un planteamiento guerrero de la existencia, dando autoridad a toda la tradición cristiana que nos precede. La noción de lucha espiritual, tan frecuente y natural en otros momentos de la historia, no deja de resultar extraña para nuestra generación. Pero, como dijo Santa Teresa de Calcuta,“la vida es un combate, acéptalo”. ¿No repiten las Sagradas Escrituras que “Yavé es un fuerte guerrero”(Éxodo, 15,3), que “como guerrero se excita en su ardor” (Isaías, 42,13) y que, entre otras acciones, “adiestró mis manos para la batalla” (Salmos 18,35)? ¿No pertenecemos, mientras caminamos en esta vida, a la Iglesiamilitante?:“Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, y como días de mercenario son sus días” reza el libro de Job (7,1). Recordemos también estas palabras de San Pablo: “El que milita, para complacer al que le alistó como soldado, no se embaraza con los negocios de la vida”(II Timoteo, 2, 4). Guerreros, milicia, combate. Debemos correr el riesgo de no resultar simpáticos, de que nuestras palabras y estilo de vida incomoden. Ahora bien, las apelaciones a la herencia y al pasado no pueden reducirse a un museo de recuerdos o de actitudes y normas de conducta petrificadas en el tiempo. Fidelidad a la Tradición – decía el compositor GustavMahler– “significa mantener vivo el fuego y no adorar las cenizas”. La labor es ardua, pero no imposible. Estamos ante una carrera de fondo. Hay que crear vínculos fuertes, mantenerse fiel a aquello digno de ser salvado y transmitírselo a nuestros hijos, persuadiéndoles de que, a su vez, el día de mañana hagan lo propio con los suyos.Confío más en la transmisión de los principios en el seno de la familia que en la propaganda y adoctrinamiento de las redes sociales.El retorno de la Tradición, del pensar épico y mágico del mundo, del sentido del deber, del honor, la trascendencia y la libertad, todo ello confluye en una corriente subterránea de valores comunitarios que discurre por los márgenes del mundo moderno y que, sin embargo, debiera tener como vocación última desbancarlo y sustituirlo por una nueva era de renovada espiritualidad. Un cambio de fase histórica en la que vuelva a imperar el kalòs kagathós que invocaban los griegos –la conjunción simultánea de la bondad y la belleza– y que inicie un nuevo ciclo de vida para Europa y Occidente. El modelo en el que debemos mirarnos cuantos nos honramos en pertenecer a una orden militar o a una corporación nobiliaria es la ideología caballeresca inspirada en los ideales de las antiguas élites montadas y cuyo referente moral son el hidalgo español y el chevalier o gentleman europeo. Una nobleza sencilla y apegada a la tierra y a los quehaceres profesionales cotidianos, sin complejos pero también sin afectaciones excesivas. Las órdenes y corporaciones no debieran ser una especie de clubes cerrados, cuyos miembros cultivan únicamente los placeres mundanos. Su cometido es el de ser un espejo en el que la sociedad perciba y aprecie otros valores que –estoy seguro de ello– son inmensamente más edificantes y virtuosos que los actuales. Un grupo de hombres fuertes y espirituales, devotos de la sabiduría y el pundonor, al margen del sucio juego político y ajenos a su trastornada deriva. Frente a la modernidad, las corporaciones nobiliarias siempre han sido un elemento excéntrico, baluarte de un viejo mundo aferrado a sus propias liturgias y a sus propias convicciones, unas comunidades de temperamento un poco insolente decantadas lentamente por la paciencia de la Historia. Justo lo contrario del espíritu de nuestro tiempo, siempre interesado, práctico y calculador. Eso las hace sugerentes y atractivas y les dota de un enorme potencial subversivo.“Los valores caballerescos se perpetúan porque son el anhelo de felicidad que la naturaleza humana persigue. Nos siguen ayudando a aspirar a una existencia bella y nos recuerdan la inminente muerte. Se cambian las formas pero el ideal caballeresco, en esencia, permanece y a pesar de los cambios que promueve la Edad Moderna, el espíritu y la ideología caballeresca medieval perviven con fuerza en ella”. Esta apreciación que la profesora Vallejo hace pensando en la Europa renacentista me parece plenamente trasladable al presente120. El verdadero sentido de la Caballería contemporánea reside en la teatralidad embriagadora de sus ritos y de sus símbolos que la vinculan a un legado de fe, cultura y emociones compartidas a lo largo de los siglos, al margen de los paradigmas e ideologías del mundo moderno. Y eso es lo que da pleno sentido al reencuentro con nuestros antepasados, que en eso consiste precisamente la pertenencia a una orden militar o a una corporación nobiliaria: una invitación a alimentar el afán de trascendencia que subyace en todo ser humano, a contemplar lo sagrado del mundo –la estirpe, la tierra que nos ha visto nacer– y a no olvidar que lo único que nos mantiene vivos es, al fin y al cabo, la memoria y fuerza telúrica de nuestra propia sangre. Yung-Chul Han,maître à penser de moda, nacido en Corea del Sur en 1959, apunta muy acertadamente que los rituales ordenan el tiempo y lo hacen habitable, como si fuera una casa. Los rituales dan estructura y estabilidad a la vida. Consolidan en el cuerpo valores y órdenes simbólicos que dan cohesión a la comunidad. Transforman el estar en el mundo en un estar en casa. Convierten el mundo en un lugar fiable121. Los ritos verdaderos son poseedores de un carácter y sentido profundos y en ocasiones el mundo moderno los sustituye por la pompa, mera envoltura epidérmica sin significado alguno. Cuantas veces, asistiendo a las festividades y celebraciones de algunas corporaciones caballerescas, hemos presenciado gestos y actitudes o escuchado expresiones que no son más que un remedo destinado a suplantar a los ritos verdaderos, profanos o religiosos. Renè Guénon denomina a esta pantomima ceremonialismo122. Estas palabras del filósofo francés mantienen particular actualidad a la vista de la infinidad de eventos, la sola palabra me produce grima, insustanciales y pretenciosos, sin solidez institucional alguna, que promueven a diario tanto las instancias oficiales y los poderes públicos como la iniciativa privada. Junto a la vacuidad y el ceremonialismo, el otro peligro es la autorreferencialidad. Las órdenes y cuerpos nobiliarios españoles deberían dejar de mirarse tanto al ombligo y promover, dejando a un lado rivalidades históricas, una conciencia de clase compartida. Sin perder un ápice de su personalidad y rasgos distintivos han de impulsar una estrategia común y converger en un proyecto cultural y metapolítico conjunto que traslade a la sociedad, de manera clara y concluyente, su razón de ser. Para ello debieran acometer sin demora dos objetivos preferentes. Uno interno y el otro proyectado al exterior. El dirigido ad intra es la armonización de los criterios de acceso y valoración de la prueba nobiliaria. ¿Para cuándo el consenso de todas las corporaciones históricas acerca de los actos positivos que deberían tenerse en cuenta para acceder a ellas? ¿Para cuándo su actualización? Cegadas las fuentes de creación de nuevos actos positivos desde que en el siglo XIX se produjo la confusión de estados, determinados estatus, méritos y altos cargos y dignidades nacidos al mundo del Derecho con posterioridad deberían valorarse favorablemente como prueba de nobleza. No tiene sentido que algunas corporaciones nobiliarias se mantengan apegadas a una suerte de narcisismo nobiliario, obstinadas en unos orígenes históricos con frecuencia mistificados o con un pretendido rigor de sus pruebas, que muchas veces no es tal. Además, es muy relevante que otorguen a sus actividades espirituales, culturales y asistenciales un carácter preferente. Y me atrevería decir que confiriendo a las culturales, a modo de laboratorio de ideas, primacía sobre las demás. Porque solo creando un espacio de resistencia contra el sistema, defendiendo nuestro pasado identitario europeo (nada que ver con la UE y sus epígonos) y renovando el discurso clásico sobre la nobleza a través de la cultura las corporaciones nobiliarias podrán influir sobre la opinión pública y aspirar a que su voz sea escuchada en el adocenado mundo burgués que nos rodea. Finalmente, en el mercado libre de la Caballería no faltan saldos y rebajas y espiritualidades marginales y de baratillo. A pesar del anacronismo, la temática artúrica nutre en la época contemporánea a un sinfín de movimientos que supuestamente inician a sus miembros en un conocimiento esotérico. Hoy existen en Europa decenas de asociaciones ocultistas, sectas neo-espiritualistas, medievalismos heterodoxos, falsas órdenes de caballería y nuevas entidades paranobiliarias con actividades bastante hueras y desnortadas. También en España. Algunas de ellas muy publicitadas en internet y en las páginas del diario monárquico de referencia. Síntoma indiscutible, como dije al comienzo de mi intervención, de la enorme fascinación que muchos siglos después sigue suscitando entre nuestros compatriotas un estilo de vida que se resiste a morir y que muchos de nosotros estamos especialmente obligados a defender. “El más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral”, Dante Alighieri, dixit. Pues eso. Muchas gracias.
1 José Angel AGEJAS ESTEBAN, “La caballería: un proyecto moral”, Mar océana: Revista del humanismo español e iberoamericano, 25 (2009),pp. 69-89; Pascal GAMBIRASIO d’ASSEUX, El espejo de la caballería. Ensayo sobre la espiritualidad caballeresca, Madrid, 2020, pp. 83-93.
2 Raúl LIÓN VALDERRÁBANO, “La Caballería en la historia militar (3500-1000 a.J.C.)”, Revista de Historia Militar, 26 (1969), p. 46. 
3 Franco CARDINI, Alle radici della cavalleria medievale, Florencia, 1982, pp. 23-27; Jean FLORI, Caballeros y Caballería en la Edad Media, Barcelona, 2001, pp. 15-25 
4 Josef FLECKENSTEIN, La Caballería y el mundo caballeresco, Madrid, 2006, p. 1.  
5 Isabel ROMERO TABARES, “«La Guerra de las galaxias», el mito heroico y los caballeros andantes (y II)”, Crítica, 1006 (2016), p. 46.
6 Pedro PÉREZ ARAGÓN, “La influencia de la caballería medieval en Coubertin: el caballero, modelo pedagógico”, AGON, International Journal of Sport Sciences, 3 (2013), pp. 84-105. 
7 Jacques SCHEER, Approches de la pensée de Baden Powell, Mémoire de D.E.A. de Sciences de l’Education, Universidad de París VIII,1984.
8 Ernesto MILÁ, Ocultismo y Política, Barcelona, 2016, pp. 160-262. 
9 Buenaventura DELGADO, “La educación física del caballero andante”, Historia de la Educación. Revista Interuniversitaria, 14-15, (1995-1996),pp. 61-71. 
10 Maurice KEEN, La caballería, Barcelona, 1986, p. 44-45; Georges Duby, El siglo de los caballeros, Madrid, 1995, pp. 13-48. 
11 Michael PASTOUREAU, La vida cotidiana de la caballeros de la Tabla Redonda, Madrid, 1990, pp. 149-151.
12 Antonio MEDRANO, El simbolismo del caballo, https://ricardodepereablog.files.wordpress.com /2015/11/medrano-antonio-simbolismo-del-caballo.pdf 
13 Juan Eduardo CIRLOT, “La espada de la Catedral de Barcelona”, Gladius, III (1964), p. 5. 
14 Maurice KEEN, op. cit,p. 54. 
15 Jean FLORI, La caballería, Madrid, 2001, p. 21.
16 Los Fueros de Aragón: la Compilación de Huesca, edic. de A. Pérez Martín, Zaragoza, 1999, p. 389.
17 Salustiano MORETA VELAYOS, “El caballero en los poemas épicos castellanos del siglo XIII. Datos para un estudio del léxico y de la ideología de la clase feudal”, Studia historica. Historia medieval,1 (1983),pp.5-28; Jean FLORI, Caballeros y Caballería en la Edad Media, pp. 69-92; Rafael SÁNCHEZ SAUS, “Caballeros e hidalgos en la Castilla de AlfonsoX”, Alcanate IX (2014-2015), pp. 177-210. 
18 Georges MARTÍN, “Control regio de la violencia nobiliaria. La caballería según Alfonso X de Castilla. (comentario al título XXI de la Segunda partida)”, Annexes des Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 16 (2004), p. 228.
19 José-Luis MARTIN y Luis SERRANO-PIEDECASAS, “Tratados de Caballería. Desafíos, justas y torneos”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, t. 4, 1991, pp. 161-242; Jesús RODRÍGUEZ VELASCO, “Invención y consecuencias de la Caballería”, en Josef FLECKENSTEIN, op. cit., p. XI. 
20 Ramón LLULL, Libro de la orden de caballería, VI. 2, Introducción de Luis Alberto de Cuenca, Barcelona, 1986, p. 75. 
21 Jesús RODRÍGUEZ-VELASCO, El debate sobre la caballería en el siglo XV : la tratadística caballeresca castellana en su marco europeo, Junta de Castilla y León, 1996. 
22 Gutierre DÍEZ DE GAMES, El Victorial. Crónica de Don Pero Niño, conde de Buelna, edición y estudio por Juan de Mata Carriazo, Madrid, 1940, p. 40. 
23 Luis FERNÁNDEZ GALLARDO, “Alonso de Cartagena y el debate sobre la caballería en la Castilla del Siglo XV”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval,t. 26, 2013, pp. 91, 95, 112 y 117.
24 León GAUTIER, La Chevalerie, París, 1884, p. 26. 
25 Johan HUIZINGA, El otoño de la Edad Media, Madrid, 1981, pp. 95 y 120. 
26 Maurice KEEN, op. cit., p. 32. 
27 Georges DUBY, El siglo de los caballeros, pp. 66 y 128. 
28 Antoine de GAUDEMAR, “Historia y Literatura: conversación con Georges Duby”, Lire, 109 (1984), p. 58. 
29 Jean FLORI, La caballería, p. 178. 
30 Josef FLECKENSTEIN, op. cit., p. 8.
31 Martín de RIQUER, “Caballeros andantes españoles”, Revista de Occidente, 25 (1965), p. 21. 
32 Antoine de GAUDEMAR, “Historia y Literatura: conversación con Georges Duby”, p. 59. 
33 Javier ALVARADO, La Ceremonia de Armar Caballero y otros estudios, Madrid, 2021, pp. 45-54.
34 León GAUTIER, op. cit., pp. 250,286 y ss. 
35 Maurice KEEN, op. cit., p. 104. 
36 Juan Manuel NIETO SORIA, Ceremonias de la realeza, Madrid, 1993, pp. 73-76. 
37 Martín de RIQUER, Caballeros andantes españoles, Madrid, 1967, pp. 15-16. 
38 Raymond OURSEL, Caminantes y caminos, Madrid, 1987, p. 250. 
39 Georges DUBY, El siglo de los caballeros, p. 83.
40 Maurice KEEN, op. cit, p. 107. 
41 Maurice KEEN, op. cit, p.90. 
42 Fernando GÓMEZ REDONDO, “Los modelos caballerescos del «Zifar»”, Thesaurus: Boletín del Instituto Caro y Cuervo,t. 54,nº 1, 1999, p. 123. 
43 Maurice KEEN, op. cit., p.74. 44 Georges DUBY, El siglo de los caballeros, p. 67.
45 Ángela MADRID y MEDINA, “El ideal de Caballería en la Orden de Santiago”, Revista de las Órdenes Militares, 2 (2005), p. 85. 
46 Georges DUBY, El siglo de los caballeros, p. 118.
47 Citado por Roy STRONG en Arte y poder, Fiestas del Renacimiento 1450-1650, Madrid, 1988, p. 27. 
48 Josef FLECKENSTEIN, op. cit., p. 12. 
49 Roy STRONG en Arte y poder, Fiestas del Renacimiento 1450-1650,pp. 28-30.
50 Carmen VALLEJO NARANJO, “El ocaso de la caballería medieval y su pervivencia iconográfica en la edad moderna”, Laboratorio de Arte,20 (2007), pp.31-32 y 38-40. 
51 Francisco de Paula CANALEJAS, Los poemas caballerescos y los libros de caballerías, Madrid, s. f., p. 217. 
52 Maurice KEEN, op. cit., pp. 237-264; Alfonso CEBALLOS-ESCALERA, “De las Órdenes Reales y de las condecoraciones: Introducción a la historia de las Órdenes Militares”, Revista de Historia Militar, núm. Extra (2000), pp. 19-38. 
53 Maurice KEEN, op. cit., p. 237.
54 Pedro RIBADENEYRA, Vida de SanIgnacio de Loyola, Buenos Aires, 1947, p. 24. 
55 Rogelio GARCÍA MATEO, “La formación cortesanocaballeresca de Ignacio de Loyola y su espiritualidad”, en Ignacio de Loyola en Castilla. Juventud, formación, espiritualidad, Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús, 1989, pp. 103-114 y “El mundo caballeresco en la vida de Ignacio de Loyola”, Archivum Historicum Societatis Iesu, 60 (1991), pp. 5-29; Javier HERRERO, “The Knight and the Mystical Castle”, Studies in Formative Spirituality, 4 (1983), pp. 393-407. 
56 Pablo T. SALVADORES ALONSO, “La monta a caballo en la fiesta de toros del siglo XVII a través del libro de Bernardo de Vargas Machuca, «Compendio y doctrina nueva de la gineta»”, Revista de Estudios Taurinos,25 (2008), pp. 37-64. 
57 José María de COSSÍO, Los toros. El toreo, t. 4, Madrid, 2007, pp.507-616. 
58 Estatutos y Ordenanzas de la Real Maestranza de la Ciudad de Granada. Madrid, 1764, p. 3.
59 Javier ALVARADO, Templarios y Masones. Las claves de un enigma, Madrid, 2019, pp. 139-144 y 183-186. 
60 Gerard GALTIER, La tradición oculta. Masonería egipcia, rosacruz y neocaballería, Madrid, 2001. 
61 José PASQUAL DE QUINTO, La Real Maestranza de Caballería de Zaragoza, Zaragoza, 1989, pp. 58-59. 
62 Víctor G. KIERNAN, El duelo en la historia de Europa, Madrid, 1992; Richard Cohen, Blandir la espada, Barcelona, 2003.
63 Claude DUCOURTAIL, Ordres et Décorations, París, 1968, pp. 45-47; CEBALLOS-ESCALERA y GILA, Alfonso y GARCÍA-MERCADAL y GARCÍA-LOYGORRI, Fernando, Las Órdenes y Condecoraciones civiles delReino de España,Madrid, 2003, pp. 63-69.
64 Carmen VALLEJO NARANJO, “El ocaso de la caballería medieval y su pervivencia iconográfica en la edad moderna”, Laboratorio de Arte, 20 (2007), p. 33.
65 Henry CORBIN, El hombre y su ángel. Iniciación y caballeríaespiritual,Barcelona, 1995. 
66 Andrés GUIJARRO, “Introducción”, en Textos sobre la caballería espiritual. Las cuarenta estaciones del alma, Madrid, 2006. 
67 Fernando SOTO, La Futuwah : La caballería espiritual islámica, https://www.alkalima.eu, consultado el28 de abril de 2021. 
68 Deborah G. Tor, Violent Order: Religious Warfare, Chivalry, and the ‘Ayyâr Phenomenon in the Medieval Islamic World,Würzburg, 2007, p. 245.
69 Halil BÁRCENA, ‘Futuwwa’, la caballería espiritual sufí, Futuwwah, la caballería espiritual http://instituto-sufi.blogspot.com 
70 J. NURBAKHSH, En el camino sufí, Madrid, 1998. 
71 Franco CUOMO, Storia ed Epopea della Cavalleria, Roma, 1995, p. 64; Juan GOYTISOLO, “Los atletas de Alí”, en De la Ceca a La Meca, Madrid, 1997, pp. 49-62; Serafín FANJUL, “¿Quiénes son los sufíes?”,Cuadernos FAES de Pensamiento Político, 57 (2018), pp. 45-50. 
72 Titus BURCKHARDT, El arte del islam, Palma de Mallorca,1988, pp. 97-98. 
73 Ángel ALCALÁ MALAVÉ, La mística oculta en Al Ándalus y su influencia en la España cristiana, Córdoba, 2018. 
74 AHMED ABI-AYAD, “Una nota biográfica de Cidi Hamete Ben Gelie”, EPOS, XIII (1997), pp. 363- 369. 
75 AMÉRICO CASTRO, España en su historia, Buenos Aires, 1948, p. 189. 
76 G. SCHMIDT,“The Influence of the Islamic World on European Civilization”, Islamic Culture, XXIX, 1955, pp. 191-214. 
77 Ricardo H. S. ELÍA, «Caballería espiritual», enCivilización del Islam, edición de Elhame Shargh, www.islamoriente.com 
78 Titus BURCKHARDT, La Civilización Hispano-Árabe,Madrid,1992, p. 115. 
79 Jesús Miguel SÁEZ CASTÁN, Análisis crítico de La civilización hispano-árabe de Titus Burckhardt, tesis doctoral, Universidad de Alicante, 2008.
80 AL SULAMI, Futuwah, Tratado de caballería sufí, Introducción y notas por Faouzi Skali, Traducido del francés por Antonio López Ruiz, Barcelona, 1991; Textos sobre la caballería espiritual. Las cuarenta estaciones del alma, edic. de Andrés Guijarro, Madrid, 2006. 
81 María ARCAS CAMPOY, “Teoría jurídica de la Guerra Santa: el»Kitab Qidwat al-Gazi» de Ibn Abi Zamanin”,Al-Andalus Magreb: Estudios árabes e islámicos,1 (1993),pp.51-65. 
82 IBN JALDÚN, Introducción a la historia universal: (Al-Muqaddimah), Córdoba, 2008.
83 Carlos A. SEGOVIA, “¿Unión mística o Caballería Espiritual? La Cristiandad, el Islam y la herencia ético-especulativa del judaísmo”, en Ensayos en homenaje al profesor Joaquín Lomba, Zaragoza, 2004, pp. 278-282. 
84 Maurice KEEN, op. cit., p. 314. 
85 René Guènon, El esoterismo de Dante, p. 27. 
86 J. H. PROBST-BIRABEN, Los misterios de los templarios, Buenos Aires, 1973, pp. 129-142; Víctor Emile MICHELET,El secreto de la Caballería, Barcelona, 1993, pp. 53-61. 
87 Paul JOUVEAU DU BREUIL, L’épopée chevaleresque, de l’ancien Iran aux Templiers, París, 197; Vocation spirituelle de la Chevalerie, París, 1979 y La Chevalerie et l’Orient – L’influence de l’Orientsur la naissance et l’évolution de la Chevalerie Européenne au Moyen Âge, Burdeos, 1993. 
88 Luce LÓPEZ-BARALT, Huellas del islam en la literatura española, Madrid, 1985, p. 30. 
89 RICARDO GARCIA VILLOSLADA,Historia de la Iglesia Católica II, Edad Media (800-1303), Madrid, 1958, p. 839. 
90 Javier ALVARADO, Templarios y masones. Las claves de un enigma, p. 93. 
91 Alain DEMURGER, Auge y caída de los templarios 1118-1314, Barcelona, 1986, pp. 36-38. 92 Carmelo H. RÍOS, Ronin. La vía del Guerro errante,Barcelona, 1990, p. 12.
93 María Teresa RODRÍGUEZ NAVARRO, Análisis de la obra «Bushido. The soul of Japan» de Inazo Nitobe, desde la triple perspectiva traductológica, cultural y jurídica, Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 2007. 
94 Allison BEEBY y María Teresa RODRÍGUEZ, “Millán-Astray’s Translation of Nitobe’s Bushido: The Soul of Japan”,Meta: Journal des traducteurs = translators’ journal, vol. 54, nº. 2, 2009. 
95 Inazo NITOBE, Bushido, el corazón de Japón, Barcelona, 1988, p. 9. 
96 Ibíd., pp. 29, 35, 40 y 79-80. 
97 Ibíd., p. 39. 
98 Antonio RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, “Feudalismo en las Antípodas: Comparación entre un caballero medieval europeo y un guerrero samurái”,Kokero: Revista para la difusión de la cultura japonesa, 13 (2013), pp. 9-10. 
99 Ibíd., p. 10 
100 César PELLICER MARCO, “Chevaliers y samuráis. Comparación entre la caballería feudal en Europa y Japón”, Revista de Historia Militar,128 (2020), p. 230. 
101 Daidōji YŪZAN, El Código del Samuray, versión de A. L. Sadler, Madrid, 1988, p. 19. 
102 Yukio MISHIMA, El sol y el acero, Madrid, 2011, p. 19. 
103 Yukio MISHIMA, Lecciones para los jóvenes samuráis, Introducción de Isidro-Juan Palacios, Madrid, 2001, contraportada. 
104 Yukio MISHIMA, La ética del samurái en el Japón moderno, Madrid, 2013, p. 16.
105 Ibíd., pp. 34-35. 
106 Isidro-Juan PALACIOS, Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái, Madrid, 2020. 
107 Rafael HIDALGO NAVARRO, Empresarios y Samuráis. Aplicaciones del Bushido a la Estrategia y Gestión Empresarial, Madrid, 2010; Carlos Humberto ROZAS, “Del bushido espiritual al bushido empresarial: tradición y modernidad en la sociedad japonesa entre los samurái y las grandes empresas”, Seminario La Sociedad Japonesa, Tradición y Modernidad, Instituto Chileno Japonés, 16 de Junio 2013, http://www.eumed.net/rev/japon/27/bushido.html 
108 Inazo NITOBE, op. cit., p. 127. 
109 Víctor Emile MICHELET, op. cit.,p. 16. 
110 Francisco MARCO SIMÓN, “San Jorge de Capadocia en la Antigüedad”, en El Señor San Jorge Patrón de Aragón, Zaragoza, 1999, p. 23.
111 Alberto MONTANER FRUTOS, “Iconografía de San Jorge”, en El Señor San Jorge Patrón de Aragón, Zaragoza, 1999, pp. 97-100. 
112 Ibíd., pp. 30-37. 
113 Pierre BOURDIEU, “Los ritos como actos de institución”, en Honor y gracia, Pitt-Rivers, J. y Peristiany, J. G., eds., Madrid, 1993, p. 115. 
114 Pierre BOURDIEU, ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid, 1985, p. 73. 
115 Pierre BOURDIEU, “Los ritos como actos de institución”, p. 123. 
116 Víctor Emile MICHELET, op. cit.,p. 27. 
117 Roger GARAUDY,“Contra el monoteísmo del mercado” en El Islam ante el nuevo Orden Mundial, Madrid, 1996, p. 42. 
118 Carlos Javier BLANCO MARTÍN, “Nacionalismo e Imperio. Reflexiones de la mano de Alain de Benoist y Guillaume Faye”, La Razón Histórica, 30 (2015), pp. 143-162. 
119 Álvaro SÁNCHEZ LEÓN, Entrevista al poeta Enrique García-Máiquez, https://opusdei.org›, consultada el 26 de noviembre de 2021. 
120 Carmen VALLEJO NARANJO, op. cit., p. 48. 
121 BYUNG-CHUL HAN, La desaparición de los rituales, Madrid, 2020, pp. 11-12. 
122 Renè GUÉNON, Apercepciones sobre la Iniciación, Madrid, 2006, p. 178.



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